El voto como reforma

Jaime Arocha
10 de abril de 2018 - 06:30 a. m.

Horas después del primer debate presidencial, la Conferencia Nacional de OrganizacionesAfrocolombianas (CNOA) revelaba que en lo que iba corrido del año 27 dirigentes negros habían sido asesinados. Esa suma hace parte de la de reclamantes de tierras, signatarios del programa de sustitución voluntaria de cultivos de uso ilícito y defensores de derechos humanos, quienes con otros líderes sociales llegan a 276 dados de baja desde 2013. Pese a que esos datos ya deberían haber sido conocidos para el segundo debate presidencial, ni Marco Schwartz, director de El Heraldo, ni la profesora Silvia de Vivo, de la Universidad del Norte, incluyeron preguntas sobre muertes que en Brasil —por el asesinato de Marielle Franco— o en los Estados Unidos —por las balaceras en colegios— han estremecido a ambas naciones. Es posible que a los organizadores les interesaran cuestiones que generaran sintonía, como podía apreciarse en el primer debate con el realce que Rodrigo Pardo le daba a quienes tuiteaban su seguimiento del programa. Pese a que otra ha debido ser la conciencia de los candidatos, ninguno pidió un minuto de silencio por los caídos del movimiento social y étnico.

Semejante indiferencia social contrasta con las movilizaciones que lideró Martin Luther King, incluyendo la de las 20.000 personas que el 25 de marzo de 1965 marcharon por segunda vez entre Selma y Montgomery para que la gente negra por fin pudiera votar. Las fotografías de ese hito en la lucha por los derechos civiles impresionan por el involucramiento de líderes e intelectuales blancos. Moneta Sleet Jr. retrató a Ralph Bunche de brazo con el doctor Martin Luther King, liderando a una multitud por las calles de Montgomery. O la de Bruce Davidson con el carro ensangrentado de Viola Liuzzo, la voluntaria blanca a quien el Ku Klux Klan acribilló por conducir manifestantes desde Selma. Ni hablar de las de la manifestación frente al Jefferson Memorial de Washington por el asesinato del doctor King el 4 de abril de 1968**.

A esa segunda marcha hacia la capital de Alabama la antecedió la del 7 de marzo de 1965 que terminó en el “Bloody Sunday” (Domingo Sangriento), cuando soldados y policías se abalanzaron sobre los marchantes que cruzaban el puente Edmund Pettus. Los cogieron a bolillo, les echaron gases y los arrollaron con sus caballos. Uno de ellos era el hoy senador John Lewis, quien sigue preguntándose por el sentido de esa barbarie. El expresidente Barack Obama le ha respondido que se trató del racismo, al cual define como esa invención de la diferencia por el color de la piel, cuya reiteración la ha convertido en realidad social. Por ser de larga duración, moldea crueldad y desigualdad, injusticias que la conciencia de personas ordinarias puede corregir***. Ese pensamiento en algo coincide con el que Sergio Fajardo sí planteó en respuesta a cómo impulsar la reforma política. La ató al voto de opinión, invitando a los ciudadanos a que por ese medio protagonicen los cambios que él avizora.

* Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.

** Véase Carbone, Teresa, Jones Kelly y otros. 2014. “Witness: arts and civil rights in the sixties”. New York: Brooklyn Museum, The Monacelli Press, pags. 59, 74 y 120.

*** Véase la entrevista de David Letterman al expresidente Obama, disponible en Netflix.

 

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