Electricaribe y el mito privatizador

Javier Ortiz Cassiani
18 de marzo de 2017 - 04:07 a. m.

A finales de los años 80 la gente sintió que el mundo se reinventaba. El tiempo se aceleró y devoró las cronologías convencionales. Eric Hobsbawm, un historiador que siempre supo de guerras y crisis porque las vivió en carne propia, dijo que en realidad el siglo XX había empezado tarde, en 1914, con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, y había acabado temprano, a comienzos de los 90, con la caída de la Unión Soviética y la Europa del este. Los fragmentos del totalitarismo se vendían como recuerdos de una época superada, y entonces el mundo se encomendó a la “mano poderosa”, la mano invisible y omnisciente del mercado.

En Colombia, hastiados de la burocracia y el clientelismo que se había creado alrededor de las empresas del Estado, muchos creyeron que era mejor privatizarlo todo. Algunos lo creyeron por negocio. Otros, que no tenían intereses invertidos, sino el tiempo gastado en las largas filas para pagar un recibo de luz, agua o teléfono, también lo creyeron. Pero las cosas no ocurrieron como se esperaba. El desencanto vino pronto. Muy temprano descubrimos que la ineficiencia y los pésimos servicios también hacían parte del capital de las empresas privadas que prestaban servicios públicos.

Electricaribe, la empresa que proporciona la energía eléctrica al Caribe colombiano, es la muestra más diciente del desengaño privatizador. Para nadie es un secreto que la entidad se benefició —como ocurrió en muchos de los programas de liquidación de las empresas del Estado— de activos eficientes tasados como deficientes en la negociación, y de que ha recibido inyección de capital del Gobierno colombiano a través de varios programas para ampliar la cobertura y el mantenimiento de redes y equipos. Sin embargo, los resultados no se han visto. Todo lo contrario, el servicio es cada vez más irregular, la empresa no ha respondido por los daños causados a los usuarios a raíz de los constantes apagones, y no hay un solo día, desde hace ya bastante tiempo, en que los habitantes del Caribe colombiano no despotriquen contra esta empresa. Cada vez que se corta el fluido eléctrico hay un coro de maldiciones contra Electricaribe en las barriadas de la región.

Hace una semana, después de años de protestas callejeras y hasta de representantes a la Cámara, gobernadores y alcaldes de la región, la Superintendencia de Servicios Públicos decidió suspenderla, con el argumento de que la empresa no está en condiciones de prestar un servicio de calidad. Electricaribe es la muestra clara de que lo privado no es sinónimo de eficiencia. Para los mismos tiempos en que entrábamos en la ola privatizadora, el país también estaba convencido de que la solución al problema del clientelismo y la corrupción era poner en los cargos importantes a una nueva generación de jóvenes altamente preparados. Los yuppies, sin embargo, terminaron siendo tan o más corruptos que los viejos clientelistas sonrientes que comían lechona o sancocho en los barrios, jugaban al tejo o al dominó, regalaban bolsas de cemento y tejas a cambio de votos.

En estos tiempos, cuando el debate ideológico reposado ha sido reemplazado por el criterio acelerado, y en los que la mínima participación del Estado en la administración de los servicios públicos es mirado como una muestra de totalitarismo, algunos se preguntan qué negocio vendrá después del rotundo fracaso de Electricaribe.

 

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