Elogio

José Fernando Isaza
29 de enero de 2015 - 04:00 a. m.

La tradición judeocristiana prioriza el sacrificio y la culpa sobre el pragmatismo y el hedonismo, pero la realidad muestra que, contrario a la mala imagen que tiene la pereza, hay que aceptar que la frase “la pereza es la madre de todos los inventos” es más consistente que la tradicional “la pereza es la madre de todos los vicios”.

Los desarrollos conceptuales en matemáticas y física teórica, por ejemplo el cálculo de variaciones, la optimización, la mecánica lagrangiana y hamiltoniana, llevan a la conclusión de que la naturaleza no sólo es perezosa sino que sigue la ley del menor esfuerzo. Las trayectorias de los objetos físicos, sean partículas o estrellas, cumplen la ley de minimizar la energía. La optimización busca obtener mayores resultados con menos insumos. Lo eficiente no es el esfuerzo, es obtener más con menos. Es lo opuesto a nuestra tradición y educación que valoran más el sacrificio que el trabajo eficiente. Más que trabajar mucho, trajinamos mucho.

Es difícil que un niño tenga amor al estudio cuando los horarios del colegio y los tiempos de la ruta de buses lo obligan a levantarse antes de las 5:00 a.m. En Medellín no es, o era, inusual iniciar clases a las 6:00 a.m. A esa hora no se aprende más; se sufre y se sacrifica más.

A la horrible costumbre bogotana de invitar a desayunos de trabajo a horas inmorales como 7:30 a.m., una excusa oída era: “A esa hora el único lugar decente para desayunar es la cama”.

No existe un estudio sistemático de la hora en que llega la inspiración a los grandes genios. Algunas biografías muestran que nada ocurría en las horas de la madrugada estando levantados; por el contrario, la iluminación llegaba más fácil en una mesa de la cafetería o caminando al caer de la tarde.

Merecidos elogios se han hecho a los inventos que modificaron el estilo de vida: el teléfono celular, internet, la aviación comercial con motor de turbina, etc. Poco reconocimiento se ha hecho a la mejora de la calidad de vida hecha por las doras.

Las doras han permitido un mejor disfrute de la pereza y son fruto de ella. Si bien inicialmente sólo eran accesibles a los más ricos, poco a poco se fueron democratizando y hoy están al alcance de casi todos. Por supuesto, me refiero a la licuadora, la batidora, la aspiradora, la lavadora, la secadora, la brilladora, la tostadora, la refrigeradora.

Antes de la apertura económica, en Colombia los precios de estos electrodomésticos, con relación a los salarios, eran casi prohibitivos. Los impuestos, un peso devaluado, las restricciones a la importación, dejaban a las clases media y baja por fuera de acceder a estos dispositivos. Eran comunes los viajes a San Andrés para traer en el cupo, además de una televisión, una dora. Los Sanandresitos, antes de ser una forma de lavado de activos, eran un comercio ilegal que permitía a muchos acceder a bienes útiles o recreativos. No era de extrañar que en los años 70 y 80, funcionarios públicos manifestaban su desacuerdo con el cierre de estos sitios de contrabando, pues permitían el acceso de bienes a los sectores populares. Una empresa inició el proceso de ofrecer electrodomésticos de buena calidad pero de duración limitada a cuatro o cinco años. Esta política redujo sustancialmente los costos. Si a esto se agrega la producción masiva en Asia, se explica la reducción vertiginosa en los precios, llevándolos al alcance de casi todos independientemente de su nivel de ingreso.

 

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