En busca de una definición

Francisco Gutiérrez Sanín
09 de febrero de 2012 - 11:00 p. m.

A raíz del controversial fallo acerca de la toma del Palacio de Justicia, varios columnistas —notablemente, Óscar Iván Zuluaga— lo acusaron de violar el “honor militar”.

Pedir perdón por determinados hechos, en la versión de Zuluaga, “mancilla” a las Fuerzas Armadas de manera intolerable. Yo entiendo que siempre que los civiles nos ponemos a especular sobre estos temas nos perdemos de algo intangible, que sólo pueden entender aquellos que lo han vivido (la experiencia del combate, por ejemplo). Pero si no ando muy equivocado, Zuluaga pervierte en materia grave el sentido de lo que es el honor. Las consecuencias de esta brutal distorsión las puede imaginar el lector fácilmente, pues hemos tenido ya suficiente dosis de eso en el pasado.

Es cierto que para todo ejército moderno la noción de honor es fundamental. Constituye la espina dorsal de su existencia colectiva. Esto está consagrado en innumerables manuales, está registrado en cientos de trabajos académicos, aparece incontables veces en internet. Googleo la expresión, y me encuentro con cientos de equivalencias como las siguientes: “virtud”, “honestidad”, “evitar a toda costa una mancha”, “justicia”. No creo que estas expresiones tengan nada de vacuo o de puramente retórico. De hecho, aparte de su contenido normativo, el honor militar tiene dos dimensiones estratégicas. La primera es mantener la moral de combate, esa combinación de motivación, convicción y capacidad de acción colectiva, que se pierden irreparablemente en cuanto al soldado se le permita actuar como a un vengador individual o algo peor. Según la expresión canónica de Napoleón, las tres cuartas partes de los resultados en una batalla dependen de la moral. La segunda es, y en consecuencia, mantener la disciplina. Uno de los peores gérmenes de indisciplina que puede sufrir un ejército es la degradación motivada por permitir que se lleven a cabo actos de violencia ilegales y degradantes, pues estos invitan a múltiples complicidades, a nuevas prácticas destructivas, a sucesivas rupturas de la cadena de mando. Por esta razón, y otras igualmente simples, una fuerza sin límites y sin regulación alguna no necesariamente es más poderosa y eficaz que una con controles democráticos claros, precisos y universales (es decir, sin excepciones para favorecer al más poderoso). De hecho, si mi memoria no se equivoca, durante el siglo XX siempre que se han enfrentado una con las primeras características, y otra con las segundas, ha prevalecido esta última.
En esta concepción del término, que es la del sentido común, la humana, la que nos enseñan la historia y todos los tratados, el honor militar es terriblemente mancillado cuando algún uniformado viola, mata o tortura a un civil. Todo soldado —y estoy seguro de que hay miles de ellos que experimentan esto— tiene derecho a sentirse atrozmente insultado cuando sucede uno de estos eventos. Precisamente porque se está menoscabando aquel intangible patrimonio que pertenece a todos los que arriesgan sus vidas por esa república que les ha dado la guarda de sus uniformes y de sus armas. ¿Quién mancilla y quien defiende el honor militar: el teniente Muñoz, acusado de violar y asesinar varios niños en Arauca, o el soldado que rindió imparcial testimonio en el juicio que se le adelanta al primero? Y, me pregunto, qué tipo de comportamiento merece el respaldo institucional: ¿el primero o el segundo? Uno quisiera una señal clara, muy clara, al respecto.

El honor militar es una virtud superior, importante y severa; la que lleva a miles de uniformados a arriesgar sus vidas por sus conciudadanos. No es, ni puede ser, superioridad frente a la ley, ni cerrero espíritu de cuerpo, ni infalibilidad papal. Por supuesto: tampoco los fallos de la justicia deben gozar de este beneficio. Éste en particular tiene numerosas aristas, que no corresponde al Ejecutivo, pero sí a la opinión pública, examinar con rigor. Pero lo que no dicen ni Zuluaga ni sus conmilitones es que están aprovechando para hacer política extremista a costa de este evento.
Y decidieron así redefinir la noción de honor militar. Pero esta senda lleva directamente a Panamá.

 

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