En defensa de la inmoralidad

Santiago Villa
15 de mayo de 2018 - 05:15 a. m.

Junot Díaz, el escritor latino más importante de los Estados Unidos, cayó en desgracia por acusaciones de comportamientos abusivos contra varias mujeres.

La noticia es particularmente dura porque Junot representaba una voz de nuestro continente en un país que, hasta ahora, la había marginado. Junot era el escritor dominicano que presidía la junta del Premio Pulitzer.

Ahora, es el más reciente "hombre modelo" en ser arrojado de su pedestal por la fuerza arrolladora del #MeToo.

¿Es una exageración que haya caído en desgracia por esto? No lo creo. Si cometió actos de acoso sexual no tiene por qué ocupar altos cargos en el mundo de la cultura, y menos dar clases en universidades. No se puede abusar de las mujeres y ser el presidente de la junta del Premio Pulitzer. La probidad moral es algo que se espera de toda persona que aspire a un cargo así. Sin embargo, la probidad moral no es algo que se espere de un artista.  

Es curioso, porque me gusta Junot Díaz, pero me parece bastante sobrevalorado. Su primer libro de cuentos Drown, me pareció fantástico cuando lo leí. Su novela The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, me entretuvo en buena medida porque también fui un ávido jugador de Dungeons & Dragons. Cuando comencé a leer su último libro This is How You Loose Her, me pareció que estaba repitiendo la fórmula que le funcionaba. Ahí comencé a desanimarme por la repetición de sus temas.

Con las acusaciones en su contra vuelve la discusión de si debemos desechar el arte de "hombres monstruosos" y algunas librerías lo están retirando de sus anaqueles. La cosa no es por ahí.

Cuando conquistó la cumbre, Junot pasó a ser un representante del jet-set literario y dejó de escribir obras. Ahora cae en desgracia. Ojalá esta experiencia le sirva de inspiración para una historia que tenga más colmillos que sus anteriores. Algo quizás cercano a una novela de J.M. Coetzee, con un ídolo caído que se retira del mundo para encontrar alguna esencia humana en la deshonra. Qué sé yo. Mejor eso que todavía otra historia sobre un chico latino que lucha contra su conflictiva identidad dual en los Estados Unidos y en República Dominicana, mientras trata de seducir a chicas atractivas y le echa los cuernos a su novia.

Defiendo el valor artístico de una obra sin importar el comportamiento de quien la produce. El moralismo y el arte no son buenos compañeros de cama. Esta columna la he titulado "en defensa de la inmoralidad", porque la transgresión es un componente esencial de la producción artística. Los artistas no tienen por qué ser "hombres o mujeres modelo". La exploración del lado oscuro y degradante del ser humano es una importante práctica artística, y para conocer ese lado a menudo hay que haber estado allí. 

El arte y la literatura deben ser el último santuario de la perversión. Que lo practiquen mujeres u hombres monstruosos no le resta a su valor. Pero entiendo que esto es complicado en un mundo donde la promoción y la visibilidad de las figuras está ligada la importancia de presentarlas como aristócratas morales.

No siempre ha sido así. Uno de mis autores predilectos es el Marqués de Sade, el opuesto radical del movimiento #MeToo. En cientos de páginas de violenta pornografía y transgresora filosofía sobre la amoralidad del pensamiento racional, el Marqués describe en detalle las vejaciones de hombres libertinos a mujeres subyugadas. ¿Esto es arte? Por supuesto, pero no quiere decir que debamos entonces honrar a los individuos que la producen con altos cargos directivos en el mundo de la cultura, o pasearlos como modelos sociales. Al fin y al cabo, recordemos que el Marqués de Sade estuvo buena parte de su vida escribiendo sus grandes y espantosas obras desde una celda. (Aclaro en caso de dudas: tampoco hay que meter a los escritores a la cárcel por lo que escriben).

La literatura contemporánea, impulsada por las editoriales y los rentables festivales, ha creado una malsana capa de escritores-gurú. Seres sabios que en conferencias atestadas de espectadores nos señalan el camino del bien pensar y las buenas costumbres, y que nos deben decir hasta por quién votar. Esto en un mundo donde la gente, más que leer literatura que sacuda sus cimientos morales, emocionales e intelectuales, que le escandalice, quiere libros que le digan qué opinar, o que confirmen sus supuestos políticamente correctos. 

Ese no debe ser el trabajo de los artistas, sino de los sacerdotes (también desprestigiados) o de los filósofos (perdidos en sus laberintos académicos). Los mejores poetas y novelistas a menudo eran (son) seres humanos aberrantes. Pues que lo sean, siempre y cuando su fama y prestigio no les proteja de asumir las consecuencias de sus actos.

Creo que este es el nudo del problema: que el poder les cubre de impunidad.

Así que si Junot Díaz acosaba a mujeres, pues que le denuncien legalmente y renuncie a las instituciones que requieren representantes más pulcros. Que le deshonren si es el caso. Recomiendo, de todas formas, leer sus libros. En especial sus primeros dos. 

Twitter: @santiagovillach

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