En defensa de las opciones centristas

Carlos Granés
25 de mayo de 2018 - 07:05 a. m.

El que los candidatos de la izquierda y la derecha radical puntúen en las encuestas parece indicar que en Colombia, lejos de ser un asunto excepcional, el extremismo hace parte de nuestra normalidad. Así estamos desde hace varias décadas. El debate público ha sido jalonado por una izquierda armada y una derecha paramilitarizada, y por eso creo que el gesto más radical que se puede hacer en estas elecciones es votar por una opción del centro.

Radical en Colombia es votar por un candidato que asuma el reto más importante y más esquivo para todo político: enfrentarse a la realidad. Los candidatos apertrechados detrás de ideologías, recetas pragmáticas o empresas redentoras pocas veces lo hacen. Los izquierdistas como Petro se dejan tentar por proyectos grandilocuentes y megalómanos que terminan siendo una fantástica manera de perder el tiempo. Esa causa total, esa transformación integral que le produce un orgasmo moral al redentor; ese no conformarse con resolver un problema concreto, atajable, diagnosticado, sino querer rehacer de arriba abajo el sistema y de un solo golpe redimir a la humanidad de todos sus males, convierte a la política en una declaración de intenciones que sólo sirve para sacar pecho, mirar por encima del hombro al resto de los mortales y sentirse superior. Pero, ojo, a la realidad le da igual. De nada sirve ver a Petro conmovido con su propia bondad, envanecido con sus magnas ambiciones, si al final el país va a salir con suerte igual, si no peor de lo que estaba.

Lo peor de embarcarse con uno de estos genios visionarios es que no hay vuelta atrás. Me cuesta imaginar a Petro reconociendo que sus ocurrencias han sido errores; me cuesta verlo aceptando que los paneles solares son una tecnología carísima o que el aguacate, por buen negocio que sea, no es una fuente de divisas tan onerosa como el petróleo. Lo veo haciendo algo muy distinto: encontrando culpables, hablando de una guerra económica, señalando enemigos del pueblo aquí y allá.

A la izquierda que representa Petro la realidad nunca le viene bien y por eso intenta evadirla. Para realizar todos sus proyectos, ya lo dijo, la configuración actual del Congreso no le sirve. ¿La solución? Saltar por encima de la realidad y gobernar con una asamblea constituyente, al mejor estilo chavista. Petro no entiende que el buen político es el que lidia con la realidad que le toca, no el que intenta negarla a punta de buenas intenciones o borrarla con triquiñuelas autoritarias. La realidad es la que es, y es con ella, no contra ella o a pesar de ella, que el político debe gobernar.

Eso tampoco lo tiene tan claro la derecha que representa Iván Duque. Su jefe y valedor, Álvaro Uribe, necesita realizar un acto de escapismo para que todos los procesos que le pisan los talones se diluyan en el olvido. Y aquí el olvido lo decreta el poder. Sospecho que es eso, más que su pretendido patriotismo, lo que lo impele a entrenar cancerberos que le cuiden la Presidencia. En cuanto a Duque, basta ver su política antidrogas para comprobar que tampoco quiere enfrentarse a la realidad. La fórmula pragmática —más cárcel, más mano dura, más persecución— que tanto lo seduce supone patear la piedra hacia delante cuatro años más para dejar las cosas igual.

Por eso, como el de tantos otros, mi voto irá para Fajardo.

 

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