En tiempos de mesianismos

Juan Manuel Ospina
19 de abril de 2018 - 05:00 a. m.

Quedé perplejo al leer en alguno de los múltiples sondeos que circulan que al 72% de los jóvenes en el país les gustaría un régimen de mano dura. Algo aparentemente inverosímil por contradictorio, en el momento del despertar vital, de posibilidades y sueños, cuando el reclamo es por libertad y no por orden, por la confrontación con la autoridad y con quienes la representan. Con la información rondando me topé con un articulo la revista El Malpensante, cuya lectura demás recomiendo: “Después de Trump”.

Su autor, Frank Rich, da claves para entender a Donald Trump, no como un hecho aislado, una especie de aberración de la política norteamericana, sino como la expresión de una “ira tóxica” contra a las élites económicas y culturales, a las minorías y a los inmigrantes. La expresión de lo que Rich denomina un populismo nacionalista de derecha convertido en un movimiento de masas permanente en Norte América, que se manifestó durante la Gran Depresión  contra los judíos, luego con la legislación por los derechos civiles de los negros, y en tiempos recientes contra los inmigrantes y el poder de Wall Street, con el movimiento del “Tea Party” que desemboca en Trump.  Un movimiento de personas de diferentes procedencias partidistas a las que las une considerarse traicionadas por el sistema imperante, que están predispuestas  a apoyar  una política montada en  la rabia. No hay una ideología política; hay rabia, mucha rabia.

En 1971, David Warren había identificado en Estados Unidos un sector poblacional que denominó radicales del medio (middle American radicals), que compartían con la izquierda tradicional su oposición a los privilegios y al poder de las grandes empresas y corporaciones; y con la derecha, el temor al creciente poder de los pobres y de sectores minoritarios. Personas con rasgos autoritarios, alineadas con un populismo de derecha que movidos por su necesidad de orden y su miedo a los forasteros —al otro, al diferente— buscan y apoyan a un líder fuerte que les garantice la preservación del statu quo.

En medio de grandes diferencias con la circunstancia norteamericana, sin embargo podrían identificarse unos elementos comunes que ayuden a entender el reclamo juvenil.  Están presentes en ambos escenarios la inseguridad, la percepción de la amenaza, la falta de perspectivas y la realidad de la exclusión y el no encontrar respuesta en las propuestas políticas convencionales a sus inquietudes, a sus sueños. Consideran agotado el camino convencional. Es el escenario óptimo para el dirigente mesiánico que por encima de convenciones y procedimientos ofrece atender a los relegados, a los invisibilizados y excluidos por quienes han puesto su poder al servicio de  intereses particulares, sin una propuesta movilizadora que interprete o como mínimo se sintonice con esa necesidad y que busque interpretar y darle salida a tanta frustración y desesperanza.

Clase media norteamericana y jóvenes colombianos reaccionan  a la crisis de la propuesta liberal —en el sentido filosófico y político que no partidista— que se percibe agotada, reducida a simples fórmulas que en nada contribuyen a despejar y dinamizar un horizonte de posibilidades. Ante esa situación de bloqueo, miran con interés y esperanza a dirigentes con aires mesiánicos, de verbo convocador y  con la decisión de  actuar sin remilgos como se dice, con la voluntad de ejercer una fuerte autoridad. Ojalá este sentimiento no conduzca a decisiones electorales equivocadas como sucedió en los Estados Unidos con Donald Trump. 

 

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