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Entre apreciar y mentir

Eduardo Barajas Sandoval
31 de marzo de 2008 - 09:45 p. m.

Aparentemente no pueden coexistir dos verdades sobre una misma realidad. En las crisis internacionales, sin embargo, respecto de un mismo hecho se defienden, con vehemencia, y de pronto con convicción, tantas verdades cuantos actores o intereses se pueden identificar.

La tentación de transgredir fronteras entre verdades ronda por las oficinas de los políticos, los gobernantes y los diplomáticos. Hay que vigilarlos, porque si bien es posible que existan puntos de vista e intereses diferentes, y si además es lícito defender las propias percepciones, en todo momento amenaza el abismo de la falsedad, que conlleva la pérdida del respeto de parte de los demás y de la legitimidad en casa.

Los hechos son los hechos; por lo general únicos e invariables. En la medida que al verlos desde diferentes perspectivas surgen distintas formas de advertir sus causas y sus efectos, se abre el espacio para la contradicción e inclusive para la mentira.   

Si todos viesen cada incidente de la vida internacional con la misma lente, y lo interpretaran conforme a los mismos códigos, desde valores iguales y con intereses complementarios, jamás habría oportunidad para tergiversar lo sucedido. No habría tampoco margen para la colisión.

Pero la diversidad de percepciones, al tiempo que abre opciones de diálogo las abre de confrontación. Y, lo que es aún más grave, ofrece oportunidades para que los mentirosos camuflen sus intereses con interpretaciones que abusan de la buena fe de los demás.

La ligereza al interpretar, y al presentar en público una u otra percepción, resulta en estos casos un elemento tan peligroso como la mentira. Porque las correcciones vienen a probar las inexactitudes en las que antes se incurrió.

Tanto la ligereza como la mentira duran poco. Por lo tanto son versiones perecederas sobre uno u otro hecho, en las que no se pueden fundamentar, así sea de manera no intencional, ni el prestigio ni la estrategia de manejo de los intereses de ninguna nación.

La historia, no obstante, está llena de mentiras famosas, que se han venido a develar más temprano que tarde. Lo que se dijo sobre las presuntas armas de destrucción masiva del antiguo Presidente de Irak es una de las muestras más recientes. Lo mismo que el canto de victoria que proclamaba el fin de la campaña extranjera en ese mismo país hace ya varios años.

Nadie se puede oponer a que los estados expresen sus percepciones respecto de cualquier incidente internacional. Y mucho menos a que defiendan sus intereses. Entre más originales y eficientes sean en ese oficio, tanto mejor. Pero deben obrar con la máxima prudencia a la hora de aproximarse a las fronteras entre la verdad y la mentira, para no cruzarla. A evitar ese cruce puede ayudar enormemente la obligación fundamental de no tergiversar los hechos.

Por lo general, cuando todo sale a la luz, y se ponen en evidencia las proporciones de cualquier falsedad, se abren grietas igualmente grandes en la estructura moral de los gobiernos y de los Estados. Grietas que se forman muy rápido, pero toman mucho tiempo en desaparecer. Además de conducir a catástrofes políticas por las que, idos los gobiernos, los pueblos tienen que pagar.

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