Entre el irrespeto y el autismo

Augusto Trujillo Muñoz
10 de febrero de 2017 - 03:27 a. m.

La actividad pública supone solidaridades y respetos mutuos. Por eso suele repetirse hoy que la política es el sustituto de la guerra.

Sin embargo el conjunto de la sociedad, en el país y en el mundo, está siendo conducida hacia un escenario en el cual la actividad pública y las relaciones entre las personas se están volviendo ámbitos de la indolencia y de intolerancia, de procacidad y de grosería.

En el país se percibe indolencia dirigente en medio de múltiples factores de crisis, mientras el ciudadano común descree de la palabra oficial y reacciona con profunda indiferencia. No hay liderazgos individuales ni de equipo, capaces de reconstruir la confianza de la gente en unas instituciones que cada vez son menos legítimas.

En el mundo está desapareciendo la diplomacia, pero no para cambiar los eufemismos por franqueza sino para ejercer la intolerancia hasta el punto de convertirla en irrespeto por el otro. Un buen ejemplo es el presidente Donald Tump, pero también hay otros modelos semejantes como los presidentes Rodrigo Duterte y Nicolás Maduro.

Ninguno de los tres tiende puentes de solidaridad con los demás; todos se cierran sobre sí mismos. Ninguno tiene adversarios; todos tienen enemigos. Ninguno de los tres da espacio a la convivencia; todos privilegian la victoria. Ese es el ejercicio de la arbitrariedad. En otras palabras, suscriben la idea de que la guerra es una forma de hacer política por otros medios. Viven en el pasado.

Y qué decir del comportamiento del parlamentario venezolano Diosdado Cabello. Sus calificativos para el vicepresidente de Colombia son aún más ofensivos que tratamiento de éste para sus escoltas. Peor aún: Ayer se conoció en las redes –y fue registrada por Blue Radio- una grabación que da cuenta de la procacidad con que un coronel Beltrán, subcomandante de la Policía del Tolima, se dirige a sus subalternos. Y después nos preguntamos por las causas de la violencia.

Probablemente las instituciones, al menos en Colombia, deban ser objeto de reingeniería para que la gente vuelva a creer en ellas. Pero es indispensable restablecer unos vasos entre los gobernantes y los ciudadanos. En tiempos de democracia participativa es imposible gobernar bien sin comunicarse en forma directa con la gente. Y esa línea directa tiene que ser útil para construir no sólo cultura cívica sino solidaridad ciudadana.

Estos no son hechos menores que puedan tratarse como simples anécdotas. Son prioridades inaplazables. Si no se atienden esos frentes cualquier esfuerzo por recuperar gobernanza está perdido. El país no puede diluir su problemática entre la indolencia dirigente y la indiferencia ciudadana. Ni el mundo puede tener futuro con gobiernos que se mueven –si eso moverse- entre el autismo y el irrespeto con el otro.

*Exsenador, profesor universitario. @inefable

 

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