Entre el pesimismo y la perplejidad

Yolanda Ruiz
25 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Hay momentos como para pedir que paren el mundo para bajarnos. En los últimos días, algunas de las noticias que nos llegan una tras otra invitan al pesimismo: un periodista asesinado de manera atroz, previa tortura, en un consulado; miles de migrantes que caminan recorriendo un país tras otro porque no encuentran en el propio una oportunidad para vivir dignamente; un candidato que desprecia a las mujeres y a los que son distintos, que añora las dictaduras y está a punto de convertirse en el presidente del país más grande de nuestro vecindario. Vivimos tiempos de incertidumbre y pareciera como si el reto fuera competir por ver quién logra el mayor nivel de atrocidad o estupidez.

Por fortuna, estos hechos del mundo que nos duelen también nos gritan lo que debemos escuchar. Hay muertos que hablan más que los vivos, denuncias que se crecen cuando quieren ahogarlas y algunas imágenes se quedan para la historia resumiendo de manera elocuente los momentos complejos que vivimos. El caso del periodista desaparecido Jamal Khashoggi, quien, según la versión ya confirmada por el presidente turco, fue asesinado en el consulado saudí en Estambul, ha servido para que en buena parte del mundo nos enteremos de los abusos en una Arabia Saudita de la que poco conocemos. Las denuncias que los asesinos querían silenciar se multiplican ahora en diversos idiomas, caminan a ritmo viral por las redes sociales y se leen por todos los puntos cardinales del planeta. Es la paradoja de los asesinatos que terminan poniendo un altavoz a los muertos que quisieron callar.

Y nos grita también la imagen de miles de hondureños en caravana cruzando Centroamérica con la meta de llegar a Estados Unidos. Nos sacude porque resume buena parte de lo que tiene enfermo a este mundo: son los que huyen de su tierra porque tienen hambre y no tienen empleo, porque tienen sueños y no tienen realidades, porque tienen hijos y no tienen comida. Son los que nos recuerdan la fragilidad de una sociedad global que se jacta de su crecimiento y su conectividad, pero que no ha podido resolver lo mínimo: una vida digna para todos. Imaginemos por un segundo el desespero de una familia que decide caminar con sus hijos pequeños a un destino incierto, sin saber ni siquiera cómo ni dónde dormirán o comerán la siguiente noche. Si alguien decide lanzarse a esa aventura dolorosa es porque lo que deja atrás es todavía peor. Estos migrantes tienen en casa la certeza de la miseria total y aunque caminar es un albur, por lo menos eso les da un mínimo de esperanza. Lo hemos visto en los venezolanos que llegan a Colombia, en los sirios que escapan de su guerra, en los barcos que naufragan mientras intentan llegar a algún país europeo.

Y mientras eso pasa, líderes autoritarios y xenófobos se van tomando grandes porciones del mundo con el discurso egoísta de primero yo y segundo yo porque el otro, el distinto, el de una piel diferente o un acento raro, me estorba, me amenaza. Y el terreno se abona para el odio y los populismos de distintas tendencias que pescan en el río revuelto de la inequidad y la incertidumbre. Todo indica que el domingo Brasil elegirá al ultraderechista Bolsonaro que crece en las encuestas surfeando en esa ola.

Ante la imposibilidad de bajarnos de este mundo, nos toca buscar algún sentido, seguir buscando el punto blanco en esa sábana negra de noticias que golpean. Por eso prefiero “bajar el tono de las profecías del desastre y pasar del modo de pánico al de perplejidad”, como dice Yuval Noah Harari en su interesante libro 21 lecciones para el siglo XXI. Preferible esa perplejidad que nos lleva a aceptar el desconcierto porque no sabemos lo que pasa, pero nos permite tener alguna esperanza y creer que de toda tragedia puede venir una luz o por lo menos un grito que nos despierte y nos sacuda.

 

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