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Entretenimiento

Antonio Casale
07 de septiembre de 2010 - 02:58 a. m.

Mientras los dueños del fútbol defienden su desorganización y se indignan ante la insinuación de que el Gobierno podría intervenir su negocio lleno de ilegalidades aduciendo que el fútbol es la principal fuente de entretenimiento en el país, hay otros casos de gente que se dedica al entretenimiento, con quienes la ley es implacable.

Juan Pablo Ospina Gardeazábal es un exitoso empresario de conciertos. En sus comienzos, como muchas de las personas que han llegado alto, tropezó mil veces, lo perdió todo en más de una ocasión. Pero Juan se supo reinventar, asociar y sacar adelante su empresa. Es el responsable de que en Colombia hayamos disfrutado de shows como el de Roger Waters de Pink Floyd, Coldplay, la mejor banda británica de los últimos tiempos; el retorno de Soda Stereo, R.E.M, Depeche Mode, Marroon 5 y el musical Cats.

Sin embargo, para que cada uno de estos artistas se subiera a la tarima fue necesario que la empresa de Juan Pablo presentara el paz y salvo de pago de Sayco, impuesto del 10% del bruto vendido en boletas, 4 por mil, Ica, el 35% de retención por los giros hechos al exterior pagando al artista y otros que pueden ser exonerados por el Ministerio de Cultura. En otras palabras, el 40% del costo pagado por el consumidor de cada boleta se va pagando impuestos, mientras en el fútbol se pagan la mitad de estos gravámenes y muchas veces el gobierno local exonera a los equipos de estos pagos.

Lo anterior sin contar que Bogotá no cuenta con un solo escenario ideal para hacer conciertos, todo mientras alrededor del mundo los estadios de fútbol están acondicionados para múltiples funciones sin que la grama sufra. La cancha de El Campín a duras penas sirve para jugar fútbol, porque el domingo anterior ni siquiera sirvió para eso, teniendo que desplazar el partido de Millos a Techo.

Mientras eso pasa en el mundo de la música, con el que la justicia es implacable como debe ser, aunque a veces en exceso, en el planeta futbolero encontramos equipos que deben millones de pesos en impuestos y nadie dice nada. Hay violaciones a la ley laboral por doquier, representadas en incumplimientos a los trabajadores y ni hablar del dudoso origen de los dineros de los propietarios de muchos equipos. Y cuando por fin un director de Coldeportes decide ponerse las pilas, los dueños del fútbol muestran indignación en vez de preocupación, rechazo en vez de liderazgo y repudio en vez de estrategia. Lo paradójico es que se está viendo buen fútbol en las vetustas canchas donde se juega, los nuestros en el exterior juegan bien y la selección empieza a despertar simpatía. Seguro si esa buena materia prima con la que contamos estuviera soportada con una dirigencia diligente, otro sería el sonido del concierto del fútbol colombiano.

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