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EPM: entre la rabia y la tristeza

Juan Manuel Ospina
10 de septiembre de 2020 - 05:00 a. m.

La zaga de EPM que venía cogiendo forma tiempo atrás, inclusive antes de Hidroituango, hizo señora crisis por decisiones radicales del alcalde Daniel Quintero, que pusieron la casa patas arriba, jugándose el todo por el todo. EPM nació de la entraña de Medellín y Antioquia como la empresa pública municipal organizada para la prestación de los servicios públicos de la ciudad; poco a poco, con sus proyectos hidroeléctricos empezó a comprometerse con el departamento, explotando su potencial e interconectando a sus municipios. Su acrecentada capacidad de generación la catapultó al escenario nacional, sin perder su alma de empresa de servicio público y el entronque vital con Medellín y sus gentes, que son sus propietarios y su razón de ser.

No le bastó el mercado nacional y dio el paso para convertirse en empresa multilatina (México, Panamá, Chile…). Los nuevos mercados y horizontes de negocio le inocularon el virus del afán mercantil, que la llevaría rápidamente a desviarse de su razón de ser, seducida por el atractivo de crecer sin restricciones en capacidad y en poder económico. Atender eficientemente los servicios públicos de una ciudad parecía una tarea ya lograda, aunque las estadísticas mostraban cifras altas de desconexión de los servicios y de sectores no conectados. EPM, como las cometas, empezó a pedir más cuerda y los alcaldes comenzaron a dársela, pues ello representaba mayores ingresos para la empresa y para el municipio; ya era más valorada como la “vaca lechera” de Medellín. Estos cambios paulatinos derivaron en la pesadilla que vive EPM y que tiene a la ciudad en vilo. Se fue esfumando algo muy querido y significativo, EPM como ejemplo de que en Colombia sí se puede tener una empresa pública digna y eficiente, al servicio de sus usuarios y dueños.

Como antioqueño y colombiano mi sensibilidad oscila entre la tristeza y la rabia por lo que está sucediendo. Como en las novelas de misterio, alguien miente. Por ello urge, por encima de todo, que se conozca la verdad, por dolorosa que esta pueda ser. No para juzgar, que de eso se encargarán los jueces y los organismos de control, porque responsables hay. Luego vendrán los juicios de responsabilidades y que caiga quien ha de caer. Necesitamos conocer la verdad para evitar que la confianza ciudadana y el trabajo y esfuerzo de tres generaciones se desmoronen. Hoy no está claro quién protegió el interés general, el de la ciudad, y quién no lo hizo.

Probablemente no hubo mala fe ni corrupción, pero ya parece posible afirmar que se obró con ligereza y que ello condujo a cometer gravísimos errores en el proyecto de Hidroituango y en su ejecución. El afán por terminar la obra para no acumular más retrasos desembocó en una improvisación en la ejecución, que se constituyó en el desencadenante de los errores que la crisis desnudó e hizo visibles a la ciudadanía.

Con lo que se conoce, parecería que las preocupaciones del alcalde no eran infundadas o políticamente motivadas o fruto de un supuesto resentimiento social. Pudo enrarecer el ambiente con su comportamiento impulsivo y autoritario, con una junta hondamente comprometida con la situación, que por ello debía ser renovada. Nunca debemos olvidar que el manejo de la compleja y en ocasiones truculenta relación entre el interés público y el privado es tarea fundamental de la junta de una empresa pública como EPM. Máxime cuando esta empieza a incursionar en mercados diferentes y cada vez más distantes de su razón de existir, convirtiéndose además en importantísimo contratante de obra pública y de ingeniería, no solo en el departamento sino en el país y aun en la región, y en un cliente bien importante para los contratistas. La junta y los últimos alcaldes impulsaban esa reorientación empresarial, a tal punto que, según el alcalde, fue suya la absurda iniciativa de ampliar su objeto social.

Una crisis del tamaño, complejidad e importancia de la entidad reclama que se conozca la realidad de los hechos, se aprenda de la experiencia y se tomen medidas radicales para que EPM regrese al campo propio de su razón de ser, liberada de sueños grandiosos que la confundieron y generalmente terminan en pesadilla. Lo que se necesita ahora es “luz, mucha luz”, como dijo Goethe ante la muerte.

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