Equidad tributaria y cambio de modelo

Eduardo Sarmiento
01 de septiembre de 2018 - 04:13 a. m.

En la última columna mostré que los anuncios de la reforma tributaria apuntaban a reducir los gravámenes de las empresas y elevar la contribución de las personas naturales por medio del IVA y las tarifas de renta. No es fácil entender de dónde salió la idea. La percepción en Colombia es que las ganancias de las empresas y del capital han ido muy por delante de los salarios. En los últimos años la participación del trabajo en el PIB bajó 25 %.

Al parecer, se ha perdido el sentido práctico de la aplicación de la economía. La falsa creencia de que la ciencia económica es universal, en el sentido de que es válida en forma igual en todos los países y en todos los tiempos, lleva a buscar las soluciones en píldoras y recetas que no se actualizan y, sobre todo, no se acomodan a las realidades propias de las economías.

En el furor neoliberal se dio por cierto que el crecimiento económico es determinado principalmente por la innovación y el conocimiento y que los beneficios recaen en las personas naturales. Se esperaba que los ingresos del trabajo aumentaran con respecto al producto nacional y generaran los excedentes para reducir los gravámenes a las empresas. No ocurrió así. El modelo neoclásico de crecimiento no se cumplió. En todas partes el retorno del capital superó el crecimiento económico y, en consecuencia, los ingresos del capital han aumentado más rápidamente que el promedio, cerca de 4 % anual.

En este contexto, las medidas fiscales que elevan los gravámenes al trabajo con respecto al capital, en particular el IVA, generan descontento e impopularidad. En cierta forma, se rechazan las reformas tributarias de los últimos 25 años, que sustituyeron la tributación directa al ingreso y al patrimonio por la indirecta y elevaron las tasas de tributación del trabajo con respecto al capital. Tal es el caso de las iniciativas tributarias del ministro Carrasquilla, que son similares a las que presentó hace 10 años como ministro de Hacienda de Uribe, y a las implementadas por Mauricio Cárdenas en la última reforma tributaria.

No es claro que la reforma tributaria reactive la economía. Ya se vio cómo la reforma adoptada por Cárdenas acentuó el estancamiento de la economía y lo prolongó en forma indefinida. Simplemente, el aumento de la productividad de las empresas ocasionada por la baja de impuestos y el aumento de ganancias es más que contrarrestada por la reducción de la demanda proveniente de la reducción de los salarios. El lento desempeño de la economía obedece en mayor grado a factores de demanda que de oferta, más concretamente al exceso de ahorro causado por los desaciertos del Banco de la República para enfrentar la revaluación de 10 años y la caída de los precios del petróleo. A esto se agrega en el momento actual el marco internacional adverso para los países emergentes de América Latina, que están expuestos a serios quebrantos de balanza de pagos.

La verdad es que el país está montado en un modelo basado en la reducción del salario que no es sostenible en términos sociales ni políticos. La solución de los gobiernos no es decir que se suspenden los gastos sociales o se continúe por el mismo sendero. El problema es la carencia de diagnóstico realista y orden económico. Lo que se plantea es un modelo que concilie el crecimiento con el mantenimiento del salario y la mejoría de la distribución del ingreso. La fórmula está a la vista. Sus elementos centrales se pueden sintetizar en una política industrial y tecnológica que compense las diferencias de productividad con respecto a los países desarrollados, un banco central coordinado con el manejo fiscal, alta progresividad tributaria, focalización del gasto y severa regulación cambiaria y comercial.

 

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