Ernesto Macías y la educación

Catalina Uribe Rincón
26 de julio de 2018 - 04:55 a. m.

La controversia por los títulos del presidente del Senado, Ernesto Macías, desató una discusión sobre la educación y la práctica. Por un lado, varios separaron la educación formal de la experiencia y argumentaron que los títulos son irrelevantes cuando se tiene la práctica para ejercer un cargo. Este antintelectualismo se vio contrastado por un tiraje elitista de quienes insistieron que el estudio es tan importante que se debe extender el requerimiento de títulos incluso a los votantes.

Entonces, ¿importa o no que un político tenga alguna formación más allá de la universidad de la vida? Si cada año trae consigo un gran aprendizaje, y más aún, un aprendizaje en la tarea que se está adelantando, ¿para qué la educación formal? La respuesta es que en la práctica uno aprende de su mundo, pero sólo de su mundo. Cree que las cosas solo pueden ser lo que siempre han sido. Repite lo que hay porque es lo único que ve. ¿Cómo aprender de las alternativas posibles, de los adelantos de otros y de los errores ajenos desde la estrechez de la propia vida?

Hay gran mérito en la “persona hecha a pulso”. Se trata de alguien que surge contra todos los pronósticos. Pero fuerza no equivale siempre a prudencia y mucho menos a sabiduría. Es más, a veces se traduce en egolatría y terquedad. Si el mundo de alguien es suficientemente pequeño, es razonable que se considere el rey. Por eso dicen por ahí que de las cosas más duras de abrir la mente es la frustración de que a medida que crece el radio del conocimiento crece la conciencia sobre la circunferencia de la propia ignorancia. Claro, no toda educación es perfecta, pero igual hay algo en ella capaz de moldear el espíritu humano y hacerlo más curioso, más estructurado y, a veces, más digno y más libre.

Ahora bien, hay algo del mundo que solo conocemos a través de la propia experiencia, pero reconocer que ésta es importante no quiere decir que la educación no lo sea. Un país, en últimas, es el reflejo agregado de sus ciudadanos. Si no somos capaces de producir personas distintas, no vamos a producir un país distinto, mucho menos uno mejor.

 

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