Erráticos en el desastre

Juan David Ochoa
21 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

El mundo se desploma ante la vista de todos. Sus números, sus cifras, sus monedas de papel y sus palacios monetarios de niebla construidos en la ficción de una industria sustentada en la especulación y el riesgo se diluyen en la incertidumbre y el desalojo. Las bolsas caen, y todos las vemos caer sin haber entendido nunca su física de niebla. Mientras se infartan las económicas y colapsan las reservas, los gobiernos improvisan al ritmo del abatimiento y del desastre. Angela Merkel ha dicho esta semana que la crisis en curso no existía con tal magnitud desde la Segunda Guerra Mundial. Emmanuel Macron intenta girar sus políticas mercantiles a la emergencia y al resguardo de la vida, y otros países sucumben y se dejan hundir por la soberbia o la confusión de sus esquemas inútiles. Italia sigue aplastada por la muerte y el avance del virus sobre sus propias estrategias de contención sigue su curso hacia todas las costas. Las políticas internas de sanidad improvisan sin los recursos adecuados y expiden decretos y documentos de excepción en cada semana perdida por la velocidad de los contagios. Nadie dimensiona ahora los vestigios de este aire virulento que lo difumina todo, pero todos intuyen que nada volverá a ser igual por largo tiempo. El neoliberalismo que afianzó Margaret Thatcher y el célebre súbdito de todos los bancos, Ronald Reagan, ha perdido la soberbia de su seguridad sobre los fondos que estaban allí para las altas burbujas intocables. Siguen perdiendo irremediablemente la confianza en un mundo que seguía siempre al borde del colapso, pero inquebrantable y siempre postergable con las deudas que seguían sustentando la seguridad. Ahora los límites de esa vieja confianza se han quebrado y los suburbios aparecen por primera vez en otro abismo.

Latinoamérica apenas intenta comprender la tronamenta que llega y sus gobiernos erráticos actúan con el ensordecimiento de ese viejo mundo que se desploma a dos semanas del futuro con la irremediable gravedad de la improvisación, pero lo siguen haciendo. Cada país comete uno a uno el mismo error de la catástrofe. Postergan las medidas drásticas para salvar las cajas de las empresas y los sustentos de los monopolios a costa de todos los vivos, y las aerolíneas continúan sus vuelos y sus inversiones en la crisis sin que importe demasiado el desborde de la inmigración contagiada en las puertas abiertas. Intentan salvar los mercados y la moneda aunque se mueran todos y la empatía se pudra sobre las ganancias. Iván Duque es el mayor responsable de la grave crisis que inicia en Colombia y ha demostrado ser el más nulo y peligroso entre las grandes exigencias de Estado en Suramérica. Ha amedrentado a los alcaldes y gobernadores que intenten desautorizarlo en decretos de urgencia, se ha negado contundentemente a tomar las medidas prioritarias de contención, ha negado los errores monumentales de su gobierno en el control de las instituciones, y continúa orquestando estrategias para salvar desesperadamente a los emporios que invirtieron en su elección. En pocas semanas, cuando el virus empiece a contabilizar los muertos, nos encomendará de nuevo a la virgen de sus últimos recursos y nos invitará a levantar el país con los ejemplos de su carácter.

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