¿Es el patriarcado un asunto solo de los hombres?

María Antonieta Solórzano
28 de octubre de 2018 - 03:38 a. m.

Hoy día, de cara a la naciente conciencia de las consecuencias que el abuso sexual y el maltrato tienen en la vida de las mujeres, miramos hacia el “hombre perpetrador” como si esta aberrante conducta hubiera nacido inexplicablemente en la mente particular de ese único hombre culpable del mal. 

Imaginar que cada uno de estos episodios es un hecho aislado en nuestra cotidianidad patriarcal nos tranquiliza a corto plazo, aunque más bien tendría que asustarnos, pues nos condena a que dicho mal se prolongue hacia el futuro.

Desde los primeros asentamientos humanos hasta las actuales democracias pasando por las monarquías feudales o progresistas, la familia reproduce inexorablemente los valores que regulan el cuidado del otro, los deberes y derechos que normalizan la convivencia entre hombres y mujeres tanto en la intimidad como en la sociedad.

Desde allí, el modo patriarcal asignó para la mujer un lugar único y maravilloso: ser la madre y, en consecuencia, educar hijos e hijas para respetar y proteger un orden que considera a la mujer un ser débil e incapaz de autonomía o liderazgo social. Al hombre le ofreció la no menos importante tarea de intentar poseer y dominar todo aquello sobre lo que pueda “clavar su bandera”, desde territorios o vidas de seres humanos hasta poseer mujeres por la seducción o por la fuerza sintiéndose un gran ser humano. Lo compartido por ambos es que no hay destino ni libertad más allá del género.

En los hogares se establece, entonces, una curiosa dinámica que podría recordarnos el conocido síndrome de Estocolmo, hombres y mujeres están de acuerdo en proteger los pilares del patriarcado: la legitimización de las relaciones dominante/dominado, en las que el sometido no tiene los mismos privilegios que el que manda y sobre todo considerar que estos “valores” son la esencia misma del ser humano.

Al mimetizar los “valores” del patriarcado con la naturaleza humana se acepta que para garantizar el orden y evitar el caos, es decir, la libertad, es necesario que la “autoridad” domine la voluntad del sometido.

De esta suerte, se naturaliza a los tiranos como seres necesarios al progreso, a los hombres como los “protectores” de “sus” mujeres débiles y paradójicamente a las mujeres como las guardianas de los valores patriarcales.

Los orígenes de esta perversa e invisible costumbre aparecen en el comienzo mismo de la sociedad patriarcal justo con el surgimiento en la creencia de que los recursos son insuficientes; en consecuencia, resulta asombroso que todavía pensemos que el abuso sexual y el maltrato a la mujer son solo un asunto de algunos hombres perversos y no el resultado de la orden patriarcal presente en la mente de hombres y mujeres.

 

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