Es hora de pasar a la ofensiva

Oscar Guardiola-Rivera
31 de octubre de 2018 - 03:00 a. m.

Durante la misma semana en que se produjeron los odiosos ataques contra una sinagoga en América del Norte, un fascista fue elegido presidente del país más grande de América del Sur.

A pesar del incontrovertible sentido de ambos hechos, la respuesta corriente tiende a normalizarlos: los conservadores que se decían demócratas ahora guardan silencio. La izquierda desorientada pide “mantener la calma y organizar la resistencia”. Los liberales mantienen su fe en las instituciones “que de seguro podrán contenerlo”.

Pero tanto la evidencia histórica como la experiencia inmediata nos demuestran lo contrario. También se dijo de Trump que su retórica era cuestión de campaña, que sería más moderado una vez asumida la Presidencia, ora por convicción o por presión institucional. Contra tales predicciones del deseo, la experiencia ha mostrado a propios y extraños a alguien tan malo o peor de lo que podía esperarse.

El ataque contra la sinagoga de Pittsburgh no ocurrió en el vacío ni se trata del acto de un “lobo solitario”, como suele decirse. Fue un ataque calculado, premeditado. El perpetrador se había despachado en medios sociales alt-right contra una ONG judía que ayudaba a migrantes y musulmanes a establecerse en los EE. UU. Su atentado fue, en efecto, un ataque contra la posibilidad de intersección solidaria entre musulmanes, judíos, pueblos racializados, mujeres y proletarios que inventó la nueva izquierda y que gente como Trump y Newt Gingrich o Steve Bannon odian.

Es el mismo guion seguido por el fascista de los trópicos: atacar y dividir a minorías de género, las mujeres, los afros, los indígenas, los campesinos pobres y las clases medias urbanas; enfrentarlos entre sí y pescar en río revuelto. De tal manera se evita la resistencia, se mete miedo, y el miedo crea monstruos donde antes no existían.

Como observa el historiador Greg Grandin, la elección en Brasil demuestra la importación exitosa de prácticas culturales de la ultraderecha estadounidense a las que Latinoamérica había sido inmune durante la última década y media. Una mezcla tóxica entre libertarianismo, cristianismo, brutalismo mediático y ley y orden. En el 2002 y el 2006 el PT había logrado cautivar parte del voto cristiano, y hasta los más conservadores entre nosotros (con la crucial excepción de Uribe Vélez) habían tenido que posicionarse del lado de la derecha europea y aceptar algunas premisas sociales de la nueva izquierda para ganar.

Todo ello se ha perdido. De tiempo atrás, los Koch, la NRA y otros exponentes de la alt-right norteamericana soñaban con encontrar la manera de reaccionar frente a Lula, Chávez, Evo, Bachelet o Kirchner. Lo han logrado y su sueño ha producido un monstruo. Es dable pensar que no será el último. Contra el fascismo no basta resistir; es hora de pasar a la ofensiva.

 

 

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