Es posible morir con dignidad

Cartas de los lectores
23 de mayo de 2018 - 03:30 a. m.

En Colombia, la eutanasia existe desde la sentencia 239 de 1997; no obstante, no se ha reglamentado. En el país, el debate se ha revivido toda vez que el Ministerio de Salud publicó la resolución por la cual se da cumplimiento a la sentencia T-544, en la que se reglamenta el procedimiento para hacer efectivo el derecho a morir con dignidad de niños, niñas y adolescentes. Esta resolución suma a la discusión sobre una muerte digna.

El debate sobre la muerte digna es amplio; por ejemplo, entendiendo que el país es en su mayoría católico, la tesis de que es Dios el único dueño de la vida toma relevancia cuando se defiende la vida de quien posee una enfermedad terminal; no obstante, esta es una sociedad pluricultural y multirreligiosa, dentro de un Estado social de derecho no confesional. Por tanto, el argumento no puede ser exclusivamente religioso; pero no significa esto que desde la religión no se pueda tomar posturas o defender argumentos; ya lo decía Habermas: las religiones pueden aportar al debate público, siempre y cuando este punto de vista se traslade a un lenguaje secular. Pero, desde mi perspectiva, por más que se traduzca el argumento a un lenguaje secular, el argumento es simplemente un maquillaje de una visión teológica de la vida; por ello le dan a la vida —como abstracción metafísica de la misma vida— los mismos atributos que le conceden a Dios.

Es así como desde la fe se preguntan quién es el dueño de la vida. A lo que responden los creyentes: Dios, o la vida como dadora de vida. La respuesta desde mi concepción laica es que nadie más sino cada quien es el titular del derecho a la vida. Vivir es un derecho, pero nadie está obligado a vivir si así lo estima conveniente. ¿Es la vida un regalo, un bien? Responden los creyentes: claro que sí, un regalo de Dios, o por lo menos un regalo de la misma vida; respondo yo: nadie por fuera de mí puede juzgar si es para mí la vida un don o un regalo.

De hecho, desde la heterodoxia religiosa —o por lo menos es esta la postura de la Iglesia católica— se habla de “muerte digna” cuando alguien que posee cáncer terminal prefiere negar procedimientos invasivos sobre su cuerpo, y así esperar la muerte, mientras los medicamentos mitigan su dolor. Si bien esta postura pareciese ser respetuosa de la autonomía, este respeto es parcial, pues desde esa misma concepción se niega la voluntad al individuo que desea segar su sufrimiento a través de mecanismos como la eutanasia y el suicidio asistido. “Es que inclusive el Estado debe proteger la vida”, exponen ellos, para quitar el carácter teológico de su visión. Claro, el Estado debe proteger la vida, pero no contra la voluntad de la misma persona sobre su vida; si no estaríamos, como sucede con la ilegalización de la marihuana, dentro de un paternalismo estatal. Por ende, no hay en realidad una verdadera concepción de muerte digna desde la fe.

Tanto la eutanasia como el suicidio asistido hacen parte de la muerte digna, ¿o, acaso, qué dignidad tiene alguien al que se le confisca, se le desposee de su capacidad de decidir? Ninguna. ¿Acaso es digno vivir cuando realmente no se vive? No, por el contrario, vivir contra la voluntad, física y emocional, es un atentado a la dignidad. Por ello creo firmemente que un individuo —que está en sus cabales— que padece un gran dolor y además al que su enfermedad le expropia la capacidad de vivir es autónomo de decidir que no quiere vivir más.

Carlos Eduardo Cano Martínez

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