Escepticismo sobre el pesimismo

César Rodríguez Garavito
22 de marzo de 2018 - 11:00 p. m.

Vivimos en tiempos pesimistas, aunque haya muchas razones para el optimismo. Rezuman pesimismo las profecías catastróficas de Trump, Maduro y demás líderes populistas, que les granjean el apoyo de temerosos votantes y que, una vez en el poder, ellos mismos se encargan de hacer realidad. El ánimo pesimista circula por los titulares de prensa y las redes sociales furibundas. Lo registran los termómetros a medida que sube la amenaza planetaria del cambio climático.

Sin embargo, en muchos sentidos, vivimos en una buena época. Pensadores que han sido llamados “los nuevos optimistas”, como Steven Pinker y Gregg Easterbrook, recuerdan las cifras pertinentes en libros recientes. Nunca había habido un porcentaje más bajo de personas que viven en la pobreza; la mortalidad infantil es la mitad de lo que era en 1990; a pesar de retrocesos en varios países, la democracia nunca había sido la forma de gobierno de tantos Estados.

Hay muchas otras cifras para el optimismo. ¿Por qué, entonces, el pesimismo? Una razón es que el sufrimiento evitable aún es intolerablemente alto, y los avances del bienestar humano continúan siendo inaceptablemente mal distribuidos. Pero quisiera concentrarme en otras razones, más de tipo sicológico.

El llamado “sesgo de negatividad” ayudó a los humanos a sobrevivir como especie, pero hoy nos hace desmedidamente pesimistas. Le damos mucha más atención a un comentario negativo que a muchos positivos sobre la misma cosa, como lo ha visto cualquiera que haya asistido a una sesión de evaluación. “Las malas impresiones y los estereotipos negativos se forman más rápidamente y son más duraderos que los buenos”, concluyó el sicólogo Roy Baumeister en un estudio clásico.

Es más: los humanos tendemos a percibir que quien dice algo negativo es más inteligente que quien hace un comentario positivo. Después de ver los estudios sobre este sesgo, ya no me cae tan en gracia el comentario de colegas y amigos que me dicen que soy un optimista. Aprecio su generosidad, pero ahora pienso que el Homo sapiens que llevan dentro realmente está haciendo un comentario sobre mis habilidades cognitivas…

Quizá por eso en la academia hay más críticos demoledores que constructivos. Un rasgo similar se nota en otras profesiones que requieren una dosis alta de escepticismo, que termina mutando en pesimismo. Los periodistas tienden a cubrir más las noticias malas que las buenas y a volver el sesgo un motivo de orgullo profesional. Sugerí en una columna que cubrieran también las noticias positivas, como lo proponen algunos medios que hacen “periodismo de soluciones”. Varios comunicadores me criticaron diciendo que eso no era parte de su oficio, como si hubiera sugerido que fueran ellos mismos quienes resolvieran los problemas.

A la par de encontrar soluciones y tomar en serio los riesgos existenciales que vivimos, como el cambio climático, hay que contrarrestar los sesgos pesimistas y los profesionales del pesimismo, que reciben atención y crédito desmedidos. Y que alimentan la sensación de crisis que galopa por el país y por el resto mundo, de la que beben los liderazgos mesiánicos aquí y allá.

* Director de Dejusticia.

 

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