Escritores y tiranos

Mauricio Rubio
17 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

El Nobel de Literatura concedido a Peter Handke generó protestas de intelectuales que rechazan su actitud ante el dictador Slobodan Milosevic. No comparto tal reacción contra la libertad de opinión y expresión.

Uno de los indignados prácticamente propuso la fusión del Nobel de Literatura con el de la Paz. En el pasado, la Academia Sueca también confundió activismo político con criterio literario. A Jorge Luis Borges, por ejemplo, nunca le perdonaron unas frases de apoyo a Augusto Pinochet.

“Hay dos cosas que un hombre no puede permitir: sobornar y dejarse sobornar”, respondió el escritor en 1976 a quien desde Suecia le advertía que no recibiera el doctorado honoris causa de la Universidad de Chile. El protocolo exigía la presencia en la ceremonia del primer mandatario, el dictador. María Kodama, viuda de Borges, recuerda ese día: “Después me abrazó y me dijo: ‘Sigamos leyendo’”. Al aceptar el doctorado, el escritor anotó que “en esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita”.

Voy a imaginar una ficción en la que quien nunca recibió el Nobel por sus ideas políticas da pasos adicionales y acepta una “casita de barrio alto” que el tirano le ofrece para cuando lo visite. Antes, ha conocido al jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) con quien hace buenas migas. Además, con el comandante de un escuadrón de la muerte argentino, trabaja en una agencia de prensa que elogia a los Chicago Boys, economistas del régimen. Ayuda a la contra centroamericana con un militar amigo que envía miles de armas. Cuando un presidente manda a un emisario ante Pinochet porque un grupo paramilitar mantiene secuestrado a un político, el enviado habla con Borges, quien lo pone en contacto con el jefe de la DINA y le indica con qué victimario debe hablar.

Este guion delirante de un célebre escritor partidario y cómplice de un dictador está calcado de las relaciones entre Gabriel García Márquez (GGM) y Fidel Castro. Sobre la residencia puesta a su disposición en un exclusivo barrio cubano y la estrecha amistad con Manuel Piñeiro Barbarroja, cabeza de la Dirección General de Inteligencia, reconocido por su crueldad y cinismo, hay testimonios y fotografías. Jorge Castañeda, excanciller mexicano e historiador de la izquierda latinoamericana, señala que GGM y Ricardo Masetti, líder guerrillero argentino, trabajaron juntos en Prensa Latina, agencia controlada por el régimen castrista para propaganda. Conjeturo que allí se inició la larga amistad de GGM con Piñeiro, el esbirro que lo contactaría luego con el dictador.

Darío Villamizar cuenta en su biografía de Jaime Bateman que GGM coordinó con Omar Torrijos el envío a Nicaragua de armas robadas del Cantón Norte por el M-19. Siempre que traté de discutir el incidente enfrenté escepticismo, incluso burlas. Hace poco El Espectador, un segundo hogar para este célebre periodista, lo resumió.

Muy revelador del romance de GGM con la tiranía cubana, de su franca connivencia, es el diario íntimo que Guillermo Angulo le entregó a Belisario Betancur después de su misión como emisario a La Habana para interceder por Álvaro Gómez, mantenido como rehén por el M-19. También El Espectador reveló apartes inéditos del documento.

“Tu amistad con Gabo será de gran utilidad”, le había dicho Betancur a Angulo. Ya en la isla, “pasamos con Gabo a un buffet y ahí me presenta a Manuel Barbarroja Piñeiro, un cubano simpático y abierto, jefe del Departamento de Latinoamérica y experto en todos nuestros vericuetos, políticos y económicos”. Fidel se acerca y dice que se va con García Márquez a su casa. “Gabo sugiere que localicen a Antonio Navarro y el comandante le ordena a Piñeiro que lo invite a Cuba”. Con pasmosa tranquilidad, el escritor le comentaría luego al emisario una inquietud de su compinche, el tirano: “¿Qué tan de confiar es Angulo? Porque conocerá muchos de nuestros secretos”.

Engaveté este tema porque al abordarlo siempre me reviraban con apologías a Macondo. George Orwell escribió una reseña devastadora de las memorias de Salvador Dalí. “Debemos ser capaces de tener en cuenta simultáneamente ambos hechos: que Dalí es un buen pintor y que es un ser humano repugnante. Una cosa no invalida ni afecta a la otra”. La sabia recomendación también serviría con Handke, a quien no he leído y por eso no puedo calificar la decisión que molestó a tanta gente.

Retrospectivamente, me alegra que para otorgarle el primer Premio Nobel a un colombiano la Academia Sueca no les pidiera a las autoridades norteamericanas su opinión sobre Gabriel García Márquez. También pienso que Borges, además de escritor colosal, fue un hombre insobornable que no causó daño.

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