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Eso no me huele bien

Antieditorial y Tomás y Jerónimo Uribe Moreno
24 de agosto de 2020 - 05:01 a. m.

En respuesta al editorial del 21 de agosto de 2020, titulado “La competencia en el caso Uribe, al final, es lo de menos”.

“Eso no me huele bien” es lo que nos decimos cuando rechazamos instintivamente algo. Ese es nuestro instinto moral, que nos ayuda como ciudadanos a navegar la cotidianidad, pero a veces nos ciega. Es útil a nivel individual, pero peligroso en lo colectivo, en particular, cuando sustituye el análisis racional en la justicia. Cuando la justicia racionaliza su instinto en fallos espurios, colapsa la confianza que la cimenta. Sobre la racionalización de los instintos se han cometido crímenes históricos contra las minorías: el nazismo contra la comunidad judía o la persecución a los homosexuales en los regímenes comunistas. Sobre el instinto moral de unos pocos se construyó una narrativa generalizada de odio, y eso, elevado a rango de ley, legitimó la abierta persecución a esa minoría.

A algunos, Álvaro Uribe y el uribismo les generan un rechazo instintivo: quizá es el tono aguerrido, quizá la confrontación directa, quizá el fervor popular que se vivió despertaba miedos de caudillismo dictatorial; un rechazo sin asidero en los hechos. Para racionalizar y justificar esto, se dieron a la tarea de construir una narrativa del uribismo como aparato criminal culpable de atrocidades que no tienen ningún sustento objetivo. Nuestro inconsciente dice: “Mi instinto no puede estar equivocado, luego tienen que existir hechos que lo confirmen”, y se da a la tarea de construir esos hechos. Esto es puro sesgo confirmatorio: el investigador junta selectivamente datos aislados que confirman su hipótesis y rechaza aquellos que la refutan. El resultado es una narrativa de odio contra el uribismo; Uribe se convirtió en un facilismo instintivo, para explicar todo lo abominable de los últimos 40 años de nuestra historia.

Este discurso es evidente en sectores y personas del aparato judicial. Al uribismo se le niega sistemáticamente la presunción de inocencia, se privilegia la detención preventiva, las propuestas de fallo son en sentido culpable por defecto. Los autores de la narrativa aplauden sin sentido crítico toda decisión judicial adversa al uribismo y reclaman una severidad que contra otros llamarían “populismo punitivo”.

Renunciar al cuestionamiento de los fallos es el triunfo del instinto sobre la razón. Freud decía que es imposible subestimar qué tanto la civilización moderna está construida sobre la renuncia al instinto. Sin esta, corremos el riesgo de legitimar lo inaceptable, por simple apego a las formas.

Legitimamos que un magistrado intercepte 22.000 comunicaciones por error y las legalice, y que valore las conversaciones sagradas entre abogado y cliente. También legitimamos que un congresista, abusando de sus funciones, hubiera visitado al principal testigo 11 veces en la cárcel, que hubiera borrado los chats con ese testigo que supuestamente evidenciaban el delito, y que hubiera gestionado $12 millones para él y su familia. Más aberrante aún, legitimamos la selectividad de las convicciones. Con unas, liberamos a un narcotraficante como Santrich e invalidamos las pruebas del computador de Raúl Reyes. Con las otras, metemos a Uribe a la cárcel.

Por Tomás y Jerónimo Uribe Moreno

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