“Eso no pasa nada”

Mario Méndez
18 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Aunque la frase es una demostración de gramática maltratada, todos entendemos lo que indica. Corresponde a ese arsenal de expresiones ligeras que se utilizan para salir del paso, para opinar sin pensar, para justificar irresponsabilidades y descuidos. Más o menos eso le dijeron al cura Ómar Parra, de Mocoa, cuando planteó sus temores sobre lo que podía ocurrir en la capital de Putumayo… ¡y ocurrió! Eso mismo le habían dicho en noviembre de 1985 a otro cura en Armero, cuyo alcalde, Ramón Rodríguez, había reportado preocupaciones sobre lo que el 13 de noviembre se les vino encima a Chinchiná (Caldas) y sobre todo a la desaparecida ciudad tolimense, cuyo duro e histórico testimonio gráfico es la conmovedora estampa de la niña Omaira Sánchez. En ambos casos, los funcionarios centrales y departamentales quizá soltaron con la misma “lógica” algo así como “Ese cura tiene hue… cos en en cerebro; «eso no pasa nada»”.

Bajo la misma frase se cubren cientos, miles de accidentes vehiculares que produce la irresponsabilidad etílica, cuando aquéllos se hubieran podido evitar. No se mira con seriedad la escena de un borrachito envalentonado y “avalado” por los amigos que dicen que “ese es un verraco conductor, muy experimentado” y, además, “eso no pasa nada”. Lo dejan subir al carro y lo mandan a la muerte, llevándose por delante a quienes pasaban por la vía. Y la tragedia comenzó con un “tómese uno, no es sino uno (y luego otro y otro y otro): eso no pasa nada”. Hasta en el servicio médico se presenta esa forma liviana de ver las cosas, cuando el médico se abstiene de ordenar un examen que pudiera servir para un diagnóstico más objetivo.

Ese espíritu machote se repite en muchas otras situaciones, por ejemplo, cuando quedan solos en casa unos niños todavía muy pequeños. “No es sino media horita, eso no pasa nada”. Y pasa: el incendio de la habitación y la muerte de los infantes, o una intoxicación porque, además, se les dejó a su alcance una sustancia que debía estar bajo llave. Asimismo, el niño que le dispara al hermanito y… en fin.

Del mismo abolengo son el “deje así” y el “¿y qué afán?”. Si se tiene que solucionar algo porque, si no, las consecuencias pueden ser graves; si conviene realizar un cambio importante en una situación… “deje así”. Faltaría que se recomiende meter la cabeza en la tierra para que no darse cuenta de la realidad.

Y qué decir del “¿y qué afán?”. El ciudadano que declina una invitación a conversar o tomarse un tinto o a lo que sea, porque está atendiendo un deber o trata de hacer prioritariamente aquello que lo compromete, se encuentra con la frasecita irresponsable, dicha por quien no tiene idea de lo que entraña querer desarrollar una actividad urgente.

En el fondo de las comentadas frases de cajón que nos retratan como pueblo debe haber elementos centrales, heredados culturalmente, signados por la ineptitud y un carácter irresponsable, todo lo cual se debiera remover mediante un trabajo persistente y serio, encaminado a establecer condiciones sociales, humanas, más acordes con nuestro papel sobre la Tierra. Es lo que nos corresponde como animales superiores.

* Sociólogo Universidad Nacional.

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