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Espacios de escucha

Nicolás Rodríguez
15 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

La transmisión online de los testimonios de militares víctimas de artefactos explosivos improvisados y de minas antipersona pone de presente lo excesiva que es la guerra. Las palabras rotas de Nelson Enrique, Jaime Orlando, Diego Ignacio, Jaime Jesús y Édison son difíciles de enmarcar en un relato que les dé algún sentido.

“No estábamos preparados para eso”: esta frase fue recurrente. Secuelas, heridas, muletas y, por supuesto, prótesis. Se habló de “ausencias corporales”, de “autorreparación”. De familiares como víctimas indirectas.

Decir que los que emplearon (y emplean) estos métodos de guerra son bárbaros no permite avanzar demasiado. Los actores del conflicto suelen tener sus estrategias justificadas (proteger unos cultivos, replegar una tropa); difícilmente les caben consideraciones éticas (evitar colegios, salvar civiles) antes de proceder a sus acciones bélicas.

Aun así, disponemos de unas categorías que por lo menos permiten que las víctimas compartan sus experiencias de dolor, únicas e intraducibles. Decir que una pierna amputada es una violación del derecho internacional humanitario, o simplemente una violación de los derechos humanos de cualquier ciudadano, quizás sea poco. Y frío. O burocrático. Un dato, una cifra, un número más.

Con seguridad existen formas menos limitadas de penetrar en lo que nos fue contado, con detalles, en cada historia dada a conocer por los miembros del Ejército. Por lo pronto, sin embargo, ese es el lenguaje disponible. Y la sola posibilidad de escuchar al Ejército desde la Comisión de la Verdad es un avance considerable y una muestra de confianza en la justicia transicional.

Ahora que las verdades valerosas de las víctimas del Ejército fueron escuchadas, vale la pena exigir que no sean instrumentalizadas por esa misma institución para bloquear conversaciones pendientes. Sin las reformas que se requieren en el Ejército para que esos mismos derechos humanos les sean respetados a los civiles, no habrá convivencia. Ni quien asegure la no repetición.

 

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