Espectáculo y pólvora

Juan David Ochoa
11 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.

A un año del golpe electoral de la década, sobrepasando los axiomas de las encuestas infalibles y los análisis políticos de los diarios más distinguidos y reputados, Donald Trump sigue desafiando la realidad contra la incredulidad y los pronósticos. Entre la retórica de su campaña, las amenazas se han cumplido en una práctica atípica de la tradición política. Excluyó a los Estados Unidos del Tratado de París en que el mundo civilizado intenta reivindicarse sobre el abismo climático. Los excluyó de la Unesco, fundada finalizando la Segunda Guerra Mundial para no repetirla, promoviendo la cultura y el pacifismo entre las naciones.  Se encuentra al borde de retirar el acuerdo nuclear con Irán, una potencia muy alejada de la comedia de Corea, y entre su defensa a ultranza de los intereses de la Asociación Nacional del Rifle intenta responder frente a cada masacre entre las costas y los estados con argumentos bipolares sobre la esencia del terrorismo y la debilidad mental, dependiendo de la nacionalidad y del color del atacante.

Con la misma ironía de esta historia de espectáculo y pureza constitucional de un país que engendró a un outsider titánico contra todas las bases humanas de su redacción, el derrumbe del Estado Islámico y la caída de los bastiones con sus centros de adoctrinamiento no trajeron la paz definitiva ni la tranquilidad que prometían los bombardeos sin descanso de las fuerzas más poderosas de la tierra. En el giro de la estrategia para la construcción también sin descanso del califato, entregaron sus estrategias a las plataformas virtuales imposibles de bombardear, y en ese giro los lobos solitarios mutaron de naturaleza, y ahora atentan adoctrinados vía web, distanciados todos de un centro común, y con la rigurosidad del caso para atentar en cualquier momento y en cualquier lugar, vulnerando los métodos más eficaces de prevención con atentados básicos.

La evolución del terrorismo avanza con la misma velocidad de la frivolidad de un magnate que insiste en confundir las intenciones de cada tirador en beneficio de intereses puramente económicos, y el estallido de pólvora sigue tronando y  medirá en el tiempo la capacidad de reacción de una política de Estado, a tres años largos de una presidencia impredecible. Su primera reacción ante la ya inatajable incursión del yihadismo en el territorio que parecía inviolable fue cancelar la lotería de visas sin que nada explique la causa o la razón, y aunque los lobos solitarios sean estadounidenses armados con fusiles de asalto comprados con los requisitos de un mercado de alfombras. 

Mientras tanto, el gabinete presidencial cambia de nombres y perfiles como los nombres  de quienes entregan semanalmente las cajas de chitos a domicilio a la mesa de televisión del salón Oval. Su gran aliado y propulsor, Steve Bannon, ha salido expulsado en una guerra excéntrica de megalómanos. Mike Dubke, su director de comunicaciones, argumentó su retiro con frases sospechosas. James Comey, el director adusto del FBI, fue expulsado de su cargo después de una extraña invitación a solas del emperador para negociar la viabilidad de sus investigaciones. Y con su sombra y secretario de Estado, Rex Tillerson, se tratan de idiotas y se retan a tests de inteligencia para que el mundo entero sepa quién es el más listo.

Quedan tres años aún. Y mucho espectáculo y pólvora por estallar entre las estrategias de defensa de las noticias falsas.

 

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