Esperanza militante

Mauricio García Villegas
03 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

A veces me desvelo pensando en lo que será el mundo dentro de dos o tres generaciones. Tengo un hijo de 16 años que quiere ser científico y vive muy enterado de los adelantos tecnológicos, sobre todo en temas de física y astronomía. Cuando le cuento de mis preocupaciones, él las desestima un poco. No te preocupes por eso, me dice, la humanidad ha tenido muchos desafíos en el pasado y siempre ha encontrado la solución. Lo mismo pasará, con ayuda de la ciencia, en 50 años. Sí, es verdad, le digo yo, pero el problema es que no todo depende de la ciencia; hay otras cosas, como el juego político entre las grandes potencias, que cuenta mucho.

Este fin de semana leí un libro que me puede ayudar en la conversación que tengo con mi hijo. Se llama Sociedades comparadas y fue escrito por el famoso científico Jared Diamond, autor de Armas, gérmenes y aceros (ganador del premio Pulitzer). Diamond habla, entre muchas otras cosas, de los principales desafíos que tiene hoy la humanidad. Son muchos, pero se concentra en los tres que considera más importantes. El primero de ellos es el calentamiento global, que acarrea sequías en buena parte del planeta, disminución en la producción de alimentos asociada a la falta de agua lluvia, desplazamiento de insectos y gérmenes del trópico hacia las zonas templadas del planeta, y aumento en el nivel de los océanos. El segundo es la desigualdad, no solo entre los países, sino también al interior de cada uno de ellos, y que incide en el aumento de las migraciones y el terrorismo. El tercero es la competencia bárbara entre los países y las compañías para apropiarse de los recursos naturales, lo cual está acabando con esos recursos.

Según Diamond las soluciones tecnológicas, como por ejemplo extraer dióxido de carbono para refrescar la atmósfera y así reducir el calentamiento global, son demasiado costosas o peligrosas. Lo único que puede funcionar es el acuerdo concertado de políticas planetarias que limiten la libertad de acción de los países, sobre todo de los más poderosos. Existe una interdependencia inevitable entre el avance tecnológico, las condiciones biológicas y geográficas y las instituciones políticas. De nada sirve la ciencia cuando sus avances son dilapidados por las malas decisiones que toman los políticos. Por eso, los científicos del futuro deberán tener algo de sociólogos y politólogos, y los sociólogos y politólogos deberán tener algo de científicos. El saber que se requiere para resolver los desafíos de los que habla Diamond es uno solo, no tiene fronteras disciplinarias. ¿Es mucho pedir? Tal vez sí, pero es que los problemas que se vienen son de una complejidad y entrañan unos peligros que la humanidad nunca había imaginado antes, por fuera de los castigos divinos, claro.

Quién más que yo quisiera que mi hijo tuviera razón cuando me dice que cada día trae su afán, que ya vendrán las soluciones que necesitamos y que probablemente cuando él sea viejo el mundo seguirá siendo este planeta tibio que nos acoge hoy, con aires límpidos, fauna salvaje y agua potable. Ojalá tenga razón, repito. Pero para ayudar a que esa esperanza se lleve a buen término es necesario mantener un escepticismo atento con lo que ocurre. Hoy mismo, cuando escribo esta columna, me entero de que el presidente Trump decidió retirarse del Acuerdo de París que regula las acciones de los países para detener cambio climático. Por eso la esperanza no solo debe ser precavida sino militante: los jóvenes de todo el mundo (como mi hijo) se deben movilizar contra los políticos como Trump, iletrados e indolentes, que están dispuestos a estropear el mundo en el que ellos, los jóvenes, vivirán mañana.

 

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