Este Gobierno que defiende la reserva legal de informaciones públicas —tanto que todavía sigue sin entregar ningún dato de cómo y por cuánto negoció las vacunas del COVID-19—, sin embargo, hace excepciones ilegales. En ese insólito viaje que hizo en una madrugada a Cali, dizque para poner la cara cuando nadie lo pudo ver, Duque se presentó en el consejo de seguridad acompañado por su jefe de campaña y consejero personal, Luigi Echeverri, un particular, así hoy esté designado por el Gobierno en jugosas juntas directivas. Ningún servidor público puede compartir información reservada con un particular, menos en asuntos de seguridad y defensa nacional.
Fácil resulta imaginar la incomodidad, por no decir el fastidio, que los curtidos oficiales que estaban asistiendo ese amanecer al inverosímil consejo de seguridad debieron sentir al manejar temas ultrasecretos delante del belicoso asesor íntimo que manda cartas pidiendo censurar a un senador opositor. Duque está jugando con candela y gasolina, si cree que los hombres de la milicia se aguantarán indefinidamente ese maltrato institucional de ponerlos a compartir delicados asuntos de Estado con quien no ejerce función pública.
Duque ha ido sumando detalles desagradables contra la Fuerza Pública, como el de haberles patrocinado la compra de unos aviones que se ahogó el último día del multimillonario negocio, lo cual fue recibido mal. En ese ambiente de desconfianza, Duque no puede atreverse a cuestionar sin timideces los excesos de la Fuerza Pública, como se lo han pedido. No es que no quiera, sino que no puede.
Otro que no ayuda es Miguel Ceballos, el comisionado de Guerra. Él ha sido promotor de decisiones equivocadas, en particular las relacionadas con el desconocimiento del proceso de paz con las Farc y los diálogos con el Eln. Fue él quien debió envenenar todavía más a la administración Trump para que restableciera como terrorista a Cuba porque no ha faltado a sus compromisos como anfitrión y garante de ese accidentado proceso con los elenos. Tal es la hipocresía de Ceballos que, al tambalear este Gobierno, se acordó de restablecer esas conversaciones con quienes no ha cesado de estigmatizar aquí y afuera.
Mientras la Cancillería protesta por un trino del presidente de la Argentina porque pidió a Duque no reprimir la protesta social, guardó silencio ante reclamo similar del gobierno estadounidense. Es la misma contradicción de censurar a la Oficina de DD. HH. de la ONU en Colombia, y luego pedir su apoyo para negociar con los del paro nacional y el Eln. Ahí no paran los enredos. Hoy, en Washington, Pacho Santos es un alma en pena porque no lo recibe nadie. Duque sigue sin entender que si, después de cinco meses de haber ganado las elecciones, Biden no lo ha llamado, como sí lo hizo con otros mandatarios, es porque no es bienvenido en la Casa Blanca ni en el Departamento de Estado. Adicionalmente, el sanedrín expulsó a Claudia Blum, porque la sintieron más ministra de Uribe que de Duque, y nombrarán en su reemplazo a otro intemperante lagarto de ese círculo íntimo presidencial que conspira y persigue sin piedad.
Estas dificultades no son pasajeras. Se está cayendo Duque, con el beneplácito de su propio partido. El uribismo está empeñado en que crezca el incendio para intimidar a los colombianos, esperando que de nuevo voten por el Centro Democrático ante el peligro creado por ellos mismos de que esto se lo tome el comunismo, el castrochavismo o el narcoterrorismo. Igual hicieron cuando el plebiscito y lo mismo se proponen desempolvando la interpretación neonazi de la revolución molecular disipada. No en vano el multimillonario empresario Carlos Enrique Moreno, cuñado de Álvaro Uribe, lidera reuniones con empresarios en las que se habla de cómo proteger a sangre y fuego sus intereses. Como en Pereira, donde industriales lugareños alternaron con dos oscuros congresistas del Centro Democrático (¿mano negra?) empeñados en oponerse al diálogo con los “terroristas infiltrados”, contra quienes piden bota militar y conmoción interior, previa censura a los medios que no marchen al mismo ritmo, suprimiéndoles la pauta comercial. Fascismo puro.
Que quede claro, ningún demócrata quiere que tumben a Duque, porque la solución no son los militares al poder ni que se peruanice nuestra deteriorada democracia. Son otros los que trabajan en esa siniestra aventura.
Adenda. La única reforma a la Policía es inventarse un nuevo y verdadero cuerpo civil de seguridad.