Estrellas rojas y agujeros negros

Julio César Londoño
13 de abril de 2019 - 07:40 a. m.

Hasta el miércoles, había tres cosas que no se podían fotografiar: los fantasmas, la conciencia y los agujeros negros. Ahora solo hay dos porque acaba de ser publicada la “foto” de un agujero negro ubicado en la galaxia M87, a 55 millones de años luz de la Tierra. En realidad no es una foto, el agujero no se ve y es posible que ya no exista (¡la foto registra un momento antiquísimo!), pero estas son minucias que no preocupan al equipo de más de 200 científicos de todo el mundo que trabajaron dos años en la empresa de capturar a esa oscura potencia.

Nota: un agujero negro es una estrella muerta, una gigante roja que pierde su brillo, colapsa baja su propio peso y se vuelve tan compacta y “pequeña” que genera un campo gravitacional muy fuerte; tan fuerte que nada, ni siquiera la luz, puede escapar de ahí. Por eso no podemos fotografiarla, solo “radiografiar” su entorno y utilizarlo como medio de contraste para “ver” el agujero. Esto fue lo que hicieron los científicos durante unas noches de abril de 2017 apuntando hacia M87 ocho radiotelescopios situados en tres continentes.

El nombre del proyecto es justo, “Horizonte de sucesos”, porque refleja exactamente el asunto: el límite de lo que podemos ver en el espacio-tiempo.

A 55 millones de años luz cualquier astro es pequeño, incluso un agujero negro grande, y fotografiarlo requiere una agudeza especial (“es como fotografiar desde la Tierra una naranja puesta en la superficie de la Luna”). Por eso fue necesaria una lente tan grande como la Tierra… u ocho telescopios situados en América, Oceanía y la Antártida enfocando a M87 durante varias noches de abril de 2017, y una jovencita que sabía muy poco de astrofísica pero inventó un algoritmo que fue capaz de sumar esas tenues señales de radio y revelar la imagen rojo-naranja con un centro negro y una especie de búmeran dorado abajo, que le da la vuelta al mundo y que todos miramos con una especie de antiguo estupor.

La masa de este fotogénico monstruo es 6.500 millones de veces la masa del Sol, y su tamaño es 100 veces menor (como tres Tierras). Un centímetro cúbico de sustancia negra pesa toneladas, casi tanto como la soledad de Dios.

Los periódicos están recordando a Stephen Hawking, que formuló los modelos que rigen la termodinámica de los agujeros, su foto matemática, digámoslo así; y a Einstein, que nos dio su foto física y predijo la deformación plástica del espacio-tiempo en la vecindad de estos sumideros del universo.

Nota: las estrellas gigantes rojas son la fábrica de materia del universo. Robándole frases a su esposa, la escritora Ann Druyan, Carl Sagan lo cantó así: “Todos los átomos que componen nuestro cuerpo —el hierro de la sangre, el carbono del cerebro, el calcio de los huesos— se formaron hace millones de años en estrellas gigantes rojas. Somos polvo de estrellas que piensa sobre las estrellas”.

Repasaré aquí, para los amantes de la simetría, una cosmología negra: el universo nace del Big Bang, que es la explosión de un agujero negro, el comienzo de la expansión del mundo, la diástole cósmica. Luego las estrellas gigantes rojas fabrican átomos, materia tangible. Luego, cuando languidecen, ya opacas pero aún soberbias, engullen todo lo que cae en el radio voraz de su gravitación. Parecen maldecir: “Muero, pero antes borraré el universo”, y se convierten en esos enormes vórtices de energía y materia que prefiguran la gran sístole, el advenimiento del Agujero de todos los agujeros, el espantoso Big Crunch final.

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