A falta de un informe completo, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito publicó el resumen ejecutivo de su monitoreo anual de territorios afectados por cultivos ilícitos. La conclusión más discutida (que ya todos conocíamos) plantea que entre 2016 y 2017 el número de hectáreas creció.
Por encima de los números y las tablas quizás habría que discutir igualmente las imágenes. Después de todo, la autoridad final del monitoreo reposa en la tecnología satelital y el apoyo de aerofotografías convertidas en insumos visuales por los “expertos en percepción remota”, como los llaman en las Naciones Unidas.
Los lectores del informe simplemente tomamos nota de las cifras, leemos las (muy cortas) explicaciones y vemos unos mapas con manchas que indican si un espacio mejoró, empeoró o siguió igual. Pero en el resumen ejecutivo las imágenes ya no son parte del producto final.
Y sin embargo se convierten rápidamente en imágenes mentales; la materia prima de las metáforas empleadas para insistir en el recrudecimiento de la guerra contra las drogas. La idea de estar “nadando en coca” es uno solo de los peores ejemplos. Con seguridad Pachito Santos inventará unos mejores.
Como lo explican en el resumen ejecutivo, ya van 19 censos anuales basados en el análisis de imágenes de satélite. Estamos en estas desde 1999. Entre más sofisticados sean los métodos, más poderosas serán las imágenes. Según los autores del resumen ejecutivo: “La coca sigue siendo una gran amenaza para la diversidad biológica y cultural de Colombia”.
Una gran amenaza y no un mecanismo de supervivencia en zonas de colonización. Para decirlo en otras palabras: en esta historia visual no hay espacio para los colonos y sus prácticas. Tampoco hay interés alguno en volver a interpretar las imágenes disponibles sin los lentes del prohibicionismo. El panorama es ciertamente oscuro pese a que, como lo decía Diane Arbus, “una fotografía es un secreto sobre un secreto. Cuanto más nos dice, menos sabemos”.