Extremistas allá y acá

Francisco Gutiérrez Sanín
14 de septiembre de 2018 - 10:00 a. m.

Es claro que algo está cambiando profunda, inquietantemente, en la escena mundial, aunque nadie haya podido decir con mucha precisión ni qué ni cómo. Pero es claro que el resultado ha sido la descomposición paulatina de los valores e instituciones que estuvieron en el corazón del orden global desde la caída del muro de Berlín.

Cierto: tal descomposición no ha avanzado sin conatos de resistencia. Esta semana nomás la Unión Europea —superando por un instante su proverbial cobardía, gracias al explosivo reporte de una diputada holandesa y verde— condenó por una amplia mayoría al caudillo húngaro Viktor Orbán. No lo hizo tanto por su posición antiinmigración —como en general han dicho la prensa y Orbán mismo— como por su orientación claramente antidemocrática.

Es dudoso, sin embargo, que el desapacible líder magiar reciba alguna sanción susceptible de cambiar su curso de acción. Hace unos meses el gobierno, también extremista de derecha, de Polonia recibió la misma condena que Hungría, sin que ello haya producido el mínimo signo de que quisiera archivar la reforma a la justicia concentradora de poder que adelanta (y que había sido el motivo de la sanción). Para no hablar ya de que la pobre Unión Europea es un gigante cobardón que hace agua por todos los costados: los extremistas se vuelven poderosos en un país tras otro, y tienen ya múltiples accesos a las palancas del poder en algunos de sus socios más importantes.

Toda esta gente tiene el patrocinio de los partidarios de Trump en Estados Unidos; intercambia con ellos ideas, estrategias y formas de comunicación (ya hay trabajos buenos sobre esto). Por eso las elecciones parlamentarias estadounidenses de éste noviembre tienen una inmensa significación global. Según diferentes encuestas, Trump cae en picada en aprobación e imagen. Sin embargo, no hay que anticipar un resultado favorable. El Partido Demócrata ha demostrado que es capaz de perder cualquier cosa. Aparte de su torpeza invertebrada, está la decisión de Trump de atornillarse al poder a como dé lugar. No necesariamente prevalecerá entonces el juego limpio. Contrariamente a los conservadores europeos —que al menos dan signos de vida democrática, permitiendo, por ejemplo, algunas sanciones a Orbán—, sus homólogos gringos parecen decididos a seguir a Trump como borregos con tal de que éste implemente el programa de menos impuestos para los muy ricos y menos Estado. Las perspectivas están tremenda, inquietantemente, abiertas.

Más de fondo aún es el asunto del desempeño económico. Según cierto libreto liberal, estos caudillos tendrían que terminar siempre en el desastre. Sin embargo, Trump, y mucho más que él, Orbán y el polaco Kaczynski pueden vanagloriarse de buenos resultados, al menos en comparación con sus respetables predecesores y vecinos. Su nacionalismo económico hasta ahora ha dado resultados; y “hasta ahora” no sólo puede ser un período más bien largo, como en el caso de Orbán, sino que constituye el horizonte temporal del elector (el buen Keynes decía que en el largo plazo todos estamos muertos…). Parecería que el modelo de exclusión y pobre crecimiento del liberalismo económico realmente existente es una variable tan poderosa como la migración global para entender los modelos extremistas de derecha en el mundo desarrollado.

Lo que me trae de vuelta a estos pagos. Porque en América Latina (y ciertamente en Colombia) hay también una poderosa derecha, activamente antidemocrática y extremista, más o menos decidida a todo. Pero que no abraza, ni seguramente pueda hacerlo por numerosas razones que no caben en una columna, el nacionalismo económico. El perdonavidas que podría ganar la Presidencia de Brasil se declara conservador en lo social y “liberal en lo económico”. Esa también sería una buena definición del gobierno de Duque (que, todo hay que decirlo, no ha dado rienda suelta a los peores instintos de la fuerza que lo llevó al poder). Estas gentes están atrapadas, entre otras porque no pueden ser activamente antiglobalistas.

 

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