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Fábulas políticas

Pascual Gaviria
19 de agosto de 2009 - 04:11 a. m.

ES NECESARIO ENTENDER A LOS poetas. Saber que cuando dedican sus palabras a la política son simples fabulistas. Han imaginado un reino de bondades y encuentran siempre un príncipe apropiado.

Nadie debería condenarlos por su ceguera ni acusarlos de complicidad con algunos despotismos multitudinarios. Mejor sería ilustrar sus fábulas y sus leyendas con algunas figuras zoomorfas para ampliar los dominios de la literatura infantil.

Porque siempre será gracioso y estimulante para la imaginación la lectura en voz alta de las opiniones militantes de los poetas. Cuando llegue el momento de contrastarlas con la realidad es mejor que los niños se hayan dormido.

Hace unos días me topé por casualidad con un ejemplo paradigmático. Al final de la década del 30 el poeta peruano César Vallejo viajó a la Unión Soviética para confirmar las virtudes del hombre que había nacido con la revolución bolchevique. El visitante enternecido decide seguir durante un día a un albañil. Las relaciones entre las parejas le parecen fraternas y alegres. Los esposos de su experimento semejan a dos ratones felices en su madriguera: “Ambos son alegres, ágiles, infantiles. Ríen y juegan mientras se lavan y se visten para ir al trabajo”. Más tarde el poeta concluye que el entusiasmo cívico y el fervor político han reemplazado al vodka como deporte oficial: “Diariamente se suspende la venta de alcohol en numerosas aldeas, a solicitud de los mismos habitantes. En general son siempre estos los que piden y exigen, en comicios públicos, la supresión de las bebidas alcohólicas”.

En 1985, Mijaíl Gorbachov, alarmado por los índices de alcoholismo entre los rusos, intentó liderar una campaña de abstinencia que recibió sonoras silbatinas. El actual presidente Dimitri Medvedev acaba de declarar que el alcoholismo en Rusia es un desastre nacional. Cada ruso se toma al año un promedio de 18 litros del alcohol puro. No queda más que brindar por las embriagantes fábulas de César Vallejo.

Pero los ejemplos sobran. Neruda es quizá el más inflamado entre los creadores de palacios ideológicos. Son famosos sus versos para justificar el látigo del príncipe: “Stalin alza, limpia, construye, fortifica / preserva, mira, protege, alimenta, / pero también castiga. / Y esto es cuanto quería deciros, camaradas: / hace falta el castigo”.

Entre nosotros se puede visitar el relato de Jorge Zalamea luego de su llegada a la China Comunista. Otro conmovido con el rigor de los cazadores ideológicos: “La clarividencia, sinceridad y severidad con que se ejerce en la China actual la autocrítica y la lucha popular contra el delito, implican la preexistencia de cualidades morales, de facultades de discernimiento e inclusive de costumbres seculares que sobrevivían el alma popular bajo todas las deformaciones impuestas por la opresión y la miseria”. Se exalta a los comisarios políticos como guardianes implacables del reino maoísta.

Borges, amigo de las dagas y las espadas, también compuso su página de guerreros fieles cuando intentó defender a Pinochet: “Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita, Y lo digo sabiendo muy claramente, muy precisamente, lo que digo. Pues bien, mi país está emergiendo de la ciénaga, creo, con felicidad”.

Está bien. Son peores los políticos que terminan escribiendo versos. Pero al menos nos han advertido sobre sus intenciones y sus géneros.

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