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Falsas simetrías (1)

Francisco Gutiérrez Sanín
06 de junio de 2008 - 01:18 a. m.

EL OTRO DÍA, LA PRESIDENTA DEL Congreso, Nancy Patricia Gutiérrez, concedió una entrevista en la que presentó dos importantes tesis.

La primera es que la decisión del presidente Uribe de presentarse a la reelección depende del comportamiento de sus opositores. Si siguen siendo díscolos, habrá reelección. La segunda es que es necesario convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, una propuesta que ya varias voces han apoyado. Hoy me referiré a la primera. La semana próxima –si no hay una hecatombe— pienso analizar la segunda.

Sorprende –aunque no debería— el infantilismo que inspira el razonamiento reeleccionista de la doctora Nancy Patricia. Ya no se trata entonces de que tengamos en el poder a un hombre providencial e irreemplazable, sino de que hay que castigar a los chicos malos de la clase. Aparte de la gratuidad y de la flexibilidad –si empiezan a portarse bien, ¿no se podrá decir que precisamente como tenemos armonía y unidad nacional la reelección es necesaria?— del argumento, la simetría que lo sostiene merece una consideración cuidadosa. Consiste en lo siguiente. Nadie podrá sostener que este Gobierno es ponderado. Si Alfonso López Pumarejo alguna vez dijo que gobernar era conversar, ahora la fórmula se ha trastocado en “gobernar es vociferar”. Se puede afirmar, en cambio, que la oposición es tanto o más agresiva que el Gobierno, y que esa es la fuente de los problemas.

Creo que ésta es una falsa simetría, que como otras varias ha hecho carrera en nuestro país. El hecho de que se acepte con tanta facilidad revela hasta qué punto se han deteriorado nuestras tradiciones democráticas. Pues durante una buena parte de nuestra experiencia republicana no sólo la opinión, sino los gobernantes, se refirieron explícitamente a los papeles y demandas diferenciales del gobernante y la oposición. Por ejemplo, don José Vicente Concha –no, José Obdulio, Concha no era un ideólogo marxista, sino un destacado líder conservador— entendió claramente que un gobernante democrático no podía comportarse como sus adversarios. Esto, por al menos tres razones. Primera, contrariamente a ellos, tiene a su disposición poderosos medios de coerción. Segunda, encarna la majestad del Estado. Yo entiendo todo lo que esta noción tiene de fantasioso, pero la experiencia ha demostrado que sin esa fantasía estamos bastante peor que con ella; no la desechemos tan alegremente. Tercera, aunque el gobernante actúa con su programa, lo hace en nombre de toda la población. Concha no creía en lo más mínimo que el Presidente debiera ser ingenuamente pasivo, o renunciar a defender sus tesis y comportamientos. Lo debía hacer con energía; pero con los límites y el tono que determinaban su posición y sus responsabilidades. En eso Concha no era una voz solitaria, sino una entre varias.

Obviamente, todo esto no quiere decir que la oposición no tenga responsabilidades grandes. La primera de ellas es competir limpio, es decir, mantenerse dentro de las reglas de juego democráticas. La segunda es trascender sus pequeños particularismos. Sobre todo desde el punto de vista del segundo criterio, es claro que nuestra oposición dista mucho de ser perfecta. Pero no se le puede exigir, con tono perentorio de maestra de escuela, que se aconducte y  se deje de criticar, amenazándola con que si no lo hace papá fruncirá el ceño. Así no juegan el juego de la democracia los adultos, senadora Nancy Patricia.

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