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Notas de buhardilla

Fanáticos y despiadados

Ramiro Bejarano Guzmán
19 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

El odio y la persecución del momierío caleño contra el valeroso monseñor Monsalve confirman el talante de gavilleros con el que ese detestable notablato enfrenta las discrepancias.

Desde el inicio de su arzobispado lo han atacado porque en vez de socializar con efebos, como su antecesor —a quien sin embargo le perdonaron todo—, Monsalve promueve un discurso fraterno y de reconciliación. Eso no les gustó a los heliotropos, todos enemigos del proceso de paz con las Farc y ahora con el Eln, y por eso están empeñados en sacarlo no propiamente a sombrerazos, sino utilizando los poderes políticos, mediáticos y económicos.

Todos los poderosos de la comarca contra un pastor bueno y decente, porque con esa misma ojeriza estigmatizante han procedido desde siempre. Así persiguieron al escritor Jorge Isaacs; o convirtieron en soldado de su causa partidista al tenebroso asesino León María Lozano, alias el Cóndor; o promovieron la creación del bloque paramilitar Calima de la mano de alias HH, coincidencialmente aquerenciado por un columnista sacamicas del establecimiento local que obviamente en esta ocasión también injurió a Monsalve. Son y seguirán siendo los mismos.

A juzgar por todos los agravios de que ha sido víctima monseñor Monsalve, cualquiera creería que blasfemó y que, por tanto, merece morir calcinado en la hoguera o colgar la sotana. No hay tal. Sus perfumados enemigos han convertido su expresión “venganza genocida” en una ofensa imperdonable, sin haberse detenido a analizar el contenido de la misma. Lo que dijo Monsalve fue sensato, pues él está en la brega diaria por generar espacios de encuentro y palabra, de verdad y acción, ante el asesinato como exterminio intencional y estratégico. El discurso de Monsalve ha sacudido la lacerante realidad de un Estado que camina como supuesto “garante”, cuando en verdad parece pieza de los intereses que sostienen la violencia y la guerra, incluida la de los carteles que financian la política.

Ninguno de los furiosos calumniadores de monseñor ha destinado una sola línea para referirse al asesinato sistemático de líderes sociales, precisamente a aquellos que se han matriculado en la paz que tanto incomoda a muy pocos. Si no es genocidio esa máquina de crímenes contra personas indefensas por razón de su fe en la paz, entonces ¿cómo llamarlo? ¿Y de quién es la responsabilidad de que esos asesinatos selectivos y reiterados se estén multiplicando desde que Duque asumió el poder? La respuesta es obvia. ¿Por qué tanta indignación por llamar las cosas por su nombre?

Si los momios no quieren creerle a Monsalve, que al menos revisen las dramáticas declaraciones de Alberto Brunori, exdelegado de la ONU para Derechos Humanos, quien al dejar el país confesó que “se va preocupado después de hacerles seguimiento a por lo menos 200 asesinatos de defensores”.

Flaco favor le han hecho a la reconciliación los energúmenos malquerientes de monseñor Monsalve, lo cual, repito, en ellos no es extraño. Es lo que da la tierra. Pero que el nuncio apostólico, monseñor Luis Mariano Montemayor, haya roto su silencio para hacerle eco subliminal a las acusaciones temerarias de guerrillero y comunista contra Monsalve, preocupa y desilusiona. Si no se dejó guiar por lo sustantivo del evangelio de su credo, al menos ha debido actuar con prudencia, pues el propio Vaticano sepultó su tibia y peligrosa intervención con la que ha expuesto inclusive la propia integridad física de Monsalve.

En efecto, se quedaron sin discurso los momios caleños y el vacilante y errático nuncio Montemayor, porque, por fortuna, Bruno Duffé, miembro del gabinete principal del papa Francisco en la Santa Sede, sentenció que “la palabra de un obispo cercano a su pueblo merece consideración y respeto”. A esos sepulcros blanqueados que se dan bendiciones delante de los púlpitos no se les puede olvidar que “cuando Roma locuta, disputa finita”.

Difícil estar en los zapatos de monseñor Monsalve porque, por experiencia, sé a que se enfrenta y de lo que serán capaces de hacerle con tal de desprestigiarlo o silenciarlo. Que en todo caso sepa Monsalve que su homilía pacifista y conciliadora no ha sido ni será en vano.

Adenda. Juan Carlos Pinzón, de exministro de Defensa y enemigo acérrimo de la paz, a calumniador profesional de la Comisión de la Verdad. Apenas comparable con una Fiscalía que cree que los abogados de la Universidad Nacional son terroristas.

notasdebuhardilla@hotmail.com

 

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