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Fe, ciencia y conciencia

Columnista invitado EE
25 de junio de 2020 - 04:12 p. m.

Por: Jairo Agudelo Taborda*

Tal vez las preguntas más íntimas y recurrentes que en modo tácito o expreso nos hacemos en los días de confinamiento mientras vemos sólo una curva son: ¿dónde está Dios? ¿dónde están los científicos? Mi estimado amigo y colega José Amar escribió hace poco en El Heraldo que mientras USA está enviando nuevos satélites para ir a otros planetas, nosotros no podemos salir a la esquina de casa porque la ciencia está perdiendo la batalla. Ha pasado más de medio año sin que la ciencia prepare al menos un coctel de fármacos ya existentes para ayudar a aplanar la curva. Y todas nuestras oraciones, junto a los líderes religiosos como el papa, pidiendo una vacuna en tiempos milagrosos ¿para qué ha servido? Creo que a todos se nos ha ocurrido esta pregunta: ¿dónde están la fe y la ciencia? O, peor aún: ¿tiene sentido seguir confiando en la ciencia? Tal vez estamos perdiendo la fe en la ciencia.

Pero en este aparente dilema entre fe y ciencia olvidamos una tercera variable: la conciencia. La olvidamos porque las dos primeras nos permiten culpar a otros. Ésta no. La conciencia nos sitúa en nuestra responsabilidad ética y política. Mientras la fe y la ciencia intentan hacer su parte con todos sus límites, algo puedo y debo hacer. Y aún aquí podemos encontrar otros chivos expiatorios, los gobernantes: mi alcalde, mi gobernadora, mi presidente.

¿Por qué mi alcalde y mi gobernadora me dijeron durante 90 días que Barranquilla y Atlántico tenían la mejor relación de UCI por habitantes y sólo ahora me dicen que las UCI de Barranquilla son para todo el departamento porque los otros municipios no las tienen? ¿Por qué mi presidente en más de 100 días de confinamiento ha gastado una hora al día, o sea, más de 100 horas junto a tres ministros distintos cada día (más de 400 horas) en la TV para decirnos lo que un ministro a turno o la presentadora del noticiero podría decirnos? Los gobernantes deberían haber dedicado esas más de 400 horas a buscar o construir respiradores; a negociar con los científicos, los empresarios, los sindicatos, las universidades algunas propuestas para atender mejor esta crisis y reactivar saludablemente la vida. En cambio, llevaron un rebaño (que ha estado encerrado por más de 100 días) al matadero por un caramelo de día sin IVA.

Pero somos los gobernados los que hemos elegido a nuestros gobernantes. Y la calidad de nuestra elección depende de nuestra conciencia política y ética.

Además, de la mano de la conciencia política y ética, va la conciencia cívica o lo que llamamos cultura ciudadana. No se puede maleducar a una sociedad enseñándole siempre que la vida es un carnaval (Celia y Ricky) y que se puede estar bien solamente si se celebra con alcohol y parranda (Celedón), pero cuando llega una emergencia, pretender que esa misma sociedad se comporte como los escandinavos suecos o noruegos. Claro que la vida es también fiesta, carnaval y folclor. Pero no es sólo eso. Es sobre todo educación, norma, disciplina, convivencia pacífica, sacrificio, trabajo, esfuerzo y respeto. Y cuando no somos capaces de darnos reglas, alguien nos las tiene que dar. Por eso existen el contrato social llamado constitución política y ese Leviatán llamado Estado. Pero cuando el Estado nos impone una norma limitante de nuestra libertad constitucional (confinamiento) nos debe garantizar la subsistencia. Así que, no se puede pretender que los barranquilleros y atlaticenses pobres se queden en casa por otros más de 100 días sin garantías de seguridad alimentaria. El Estado (nacional y local) debe decirles: les cambio una dosis de su libertad por una dosis de tranquilidad segura en sus casas. Así funciona el contrato social en democracia y en emergencia. Y los que tengan que salir, cumplen lo pactado como medidas de autocuidado. O sea, combinar autocuidado con cuidado coercitivo.

Por tanto, no nos queda otra alternativa sino ser conscientes. O sea, tener fe en nuestra conciencia y en la ciencia. Y actuar conscientemente tanto gobernantes como gobernados. Y, para ello, hay que formar la conciencia con la fe y la ciencia.

* Profesor de la Universidad del Norte

 

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