Feria de carroña y muerte

Juan David Ochoa
16 de diciembre de 2017 - 02:00 a. m.

El enfrentamiento histérico entre el Legislativo y el Ejecutivo por las circunscripciones especiales de paz ha generado una más entre las crisis eternas fundadas por ese monstruo bicéfalo de la burocracia y la corrupción: madres históricas de la insurgencia, del abismo fiscal y de todos los carteles que terminan finalmente amparados por ellos: los capos de las leyes.

Entre los gritos y los pupitrazos de un Congreso de cuotas y prontuarios, y entre el conteo leguleyo de votos por la aprobación de derechos fundamentales, saltan los gritos de indignación por una supuesta incursión del comunismo entre las curules para las víctimas del conflicto. Gritan y palmotean los mismos bloques que buscan promover los intereses internos de sus partidos, ahora cuando el flujo de caja del Gobierno ha entrado en picada a pocos meses de su salida del tiempo. A esa jugada burocrática no puede llamarse con otro nombre: es una simple y llana extorsión y una traición criminal al proceso del que se vieron beneficiados todos entre el programa principal: la teta pública y boyante del fin del conflicto que tuvo la amplitud del poderío estatal para todas las corrientes políticas que quisieron participar de ella, y lo hicieron todos. El mismo ex vicepresidente Germán Vargas Lleras estuvo custodiado bajo el programa estelar de Juan Manuel Santos, recorrió regiones enteras alabando los nuevos rumbos y despejes de la guerra, y cuando el tiempo y el ciclo iban llegando para su estricto beneficio, y la etapa más cruda que exigía concreción y pragmatismo ideológico iniciaba en su fragilidad, volteó todos los fondos, invirtió su discurso, y ahora es el candidato presidencial furibundo contra todo olor a renovación y reestructuración social, y su partido es el torpedo principal junto al infecto Centro Democrático en el Congreso donde puede obstruirse todo con pocos argumentos filosóficos y muchas dádivas bajo la mesa.

En ese centro donde converge la esencia pura de la podredumbre estatal desde los primeros tiempos de una república fratricida, los intereses y los objetivos siguen siendo los mismos: la utilidad de una coyuntura para engrosar los fondos de partidos vendidos al delito y al crimen, el mercado de los réditos en una feria de votos para la conformación de bloques que tienen el mismo movimiento y el modus operandi de un cartel, y en caso de riesgo y de pérdida o desorientación, el soborno a las mafias alternas de la justicia para salvar sus nombres, sus bastiones y sus tesoros públicos-anónimos que guardan muy bien los paraísos fiscales del Caribe.

En esta feria eterna no cabe ninguna discusión sobre comunidades marginales, las poblaciones invisibles no tienen trascendencia en el tráfico de la carroña. Y aunque se intente ahora salvar con todos los métodos jurídicos un escalón básico para impulsar esta historia de pobres y muertos, el trasfondo esencial está perdido: el Congreso de Colombia es el nuevo victimario después de la muerte de las Farc, y mientras persista la misma estructura hereditaria de gamonales y capos de comarcas con las bases electorales imbatibles para la apertura de otra versión de este remedo de democracia, el núcleo de la violencia estará en el mismo punto histórico bombeando los nuevos argumentos de otros monstruos bicéfalos, otras vertientes armadas y una nueva versión de la retórica para intentar entender esta larga enfermedad sin muerte. 

 

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