Fracasomanía y crisis

Santiago Montenegro
27 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Santiago de Chile. Es muy difícil entender cómo Chile es el país que más ha progresado económica y socialmente en América Latina, y constatar, al mismo tiempo, la deslegitimización de sus instituciones y una protesta social de un grado de violencia inusitada.

Sobre las causas de estos fenómenos se han planteado numerosas hipótesis, que van desde factores de corto plazo, como la incompetencia del gobierno y de las fuerzas de seguridad para mantener el orden público, o la existencia de un plan terrorista de desestabilización, hasta otras hipótesis más estructurales, como: a) la desigualdad; b) la brecha generacional, plasmada en el rechazo de los jóvenes a unos dirigentes de mayor edad en los que no se sienten representados; c) el temor de la clase media a retornar a la pobreza, después de haber crecido mucho y muy rápido; d) las consecuencias de un proceso de modernización demasiado acelerado que, como en otras sociedades, ha borrado el resguardo que antes brindaban la vereda, el barrio, la parroquia, la iglesia, el partido político o el sindicato, y hoy hace que la gente se sienta sola y desarraigada.

Muy seguramente, hay algo de verdad en todas esas hipótesis, pero existe otro fenómeno que, para algunos analistas, es también una de las causas de la actual crisis. Es la incoherencia o la incapacidad de los mismos dirigentes e intelectuales, que lideraron el país desde la restauración de la democracia en 1990, para defender los extraordinarios logros alcanzados durante estas tres décadas. Por razones muy difíciles de entender, la mayoría de los expresidentes, de los exministros y de los intelectuales que acompañaron el retorno a la democracia han estado escondidos y silenciosos, en tanto los pocos que han opinado lo han hecho para renegar de lo que ellos mismos hicieron.

Por ejemplo, como lo recordó el columnista Daniel Mansuy en su columna de El Mercurio, el expresidente Ricardo Lagos, quizá el político más respetado de Chile, en forma increíble renegó de los ajustes que, bajo su liderazgo, se introdujeron en 2005 en la Constitución y, entonces, lo llevaron a decir: “Tenemos hoy por fin una Constitución democrática, acorde con el espíritu de Chile”, razón por la cual en la misma ceremonia afirmó: “Hoy despunta la primavera”. Sin embargo, con una incoherencia superlativa, el expresidente afirmó recientemente que esa misma Constitución, “ilegítima en su origen, es la misma de Pinochet”.

Este tipo de incongruencia y desatino por parte de algunos dirigentes chilenos explica, en una importante medida, por qué la confianza en las instituciones está en el suelo. Pero es también el silencio o la incoherencia de muchos economistas, de juristas, de los gremios y de varios empresarios, quienes, con miedo de ir en contra de lo que opina la multitud que se manifiesta en la calle, temen la verdad de unos avances incontrovertibles, como tener el mejor índice de desarrollo humano de América Latina. Esta actitud ha llevado a analistas, como Axel Kaiser, a afirmar que, en una medida importante, la crisis de Chile ha sido autoinfligida por los mismos sectores dirigentes chilenos.

Por supuesto, hay muchísimas cosas que tenemos que enmendar y mejorar en todos nuestros países, pero, aunque la multitud piense otra cosa, jamás debemos avergonzarnos de los logros alcanzados y menos aún caer en la fracasomanía, actitud que solo beneficia a los enemigos de la sociedad abierta y de la democracia.

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