Fragilidad de la economía mundial

Eduardo Sarmiento
15 de septiembre de 2019 - 02:00 a. m.

La economía mundial atraviesa por un estado de incertidumbre. Las economías crecen por debajo de la tendencia histórica. Los esfuerzos de los gobiernos para reactivar la producción, normalizar las balanzas de pagos y mejorar la distribución del ingreso no tienen los resultados anunciados. El mundo está pagando los efectos de la política de fundamentalismo de mercado que gira en torno a la autonomía de los bancos centrales, el libre comercio y la privatización.

La reforma de los bancos centrales significó un alejamiento del patrón-oro basado en tipos de cambio fijos e intervención cuantitativa en las variables agregadas. Se cayó en el modelo de libro de texto, que supone una relación inversa entre la tasa de interés y la producción. La baja de la tasa de interés aumenta la producción y el alza reduce la inflación. El sistema crea un abierto conflicto entre los tecnócratas que se inclinan en favor de la inflación y los políticos que lo hacen en favor de la producción y el empleo. Lo más grave es que el sistema deja de operar en condiciones de tasa de interés cero y elevados déficits en cuenta corriente. En Colombia la baja de la tasa de interés de referencia en los últimos cinco años coincidió con la reducción del crecimiento económico. La mejor ilustración es el de la Reserva Federal, que el año pasado subió la tasa de interés y anunció que repetiría la ración en el futuro, y ante las fuertes críticas terminó haciendo lo contrario. Ahora pretenden contrarrestar la ineficacia de la política monetaria con una guerra de monedas en que China tiene las mayores posibilidades de ganar.

Por su parte, el libre comercio internacional y los TLC resultaron asimétricos. En los países en desarrollo, como es el caso de América Latina, conduce a una especialización en los bienes de ventaja comparativa que se pueden producir más fácilmente. Los países adquieren los productos de mayor complejidad tecnológica en el exterior a cambio de conformar estructuras productivas de baja productividad y demanda. En la práctica significa la operación con grandes déficits en cuenta corriente y la reducción de los salarios con relación al resto del mundo.

La otra falta grande ha sido la privatización de los servicios sociales para ampliar el acceso a la población a los derechos fundamentales. Por tratarse de actividades cuyo servicio se presta mucho después del pago, en las épocas de expansión están abocadas a enormes rentabilidades y rentas que quedan en manos de los intermediarios y de los usuarios de mayores ingresos. En conjunto con el desmonte de la tributación directa, en Colombia han configurado estructuras de gasto social que reproducen las diferencias individuales de ingresos. Por eso, el coeficiente de Gini, antes y después de impuestos, es muy inferior a los de Europa y Estados Unidos.

La región y el mundo han perdido la capacidad para crecer, mantener el balance de las cuentas externas y mejorar la distribución del ingreso. En el fondo se crearon instituciones basadas en criterios de mercado que no corresponden a los fundamentos reales dictados por la ciencia y la evidencia histórica. Los propósitos de política no corresponden a los resultados.

El discurso reconoce que a América Latina no le fue bien en la globalización, e incluso, que perdió la última década, pero las soluciones no van más allá del voluntarismo. Lo que se necesita son teorías e instituciones que se aproximen más a los fundamentos dictados por los hechos y la ciencia. Sin duda, se plantean transformaciones de fondo de los bancos centrales, el comercio internacional y la política social. No existe otra forma para que la región recupere los ritmos de crecimiento del pasado y reduzca en forma apreciable las enormes desigualdades.

 

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