Francia, entre lo improbable y lo incierto

Arlene B. Tickner
26 de abril de 2017 - 03:00 a. m.

La única conclusión que admiten las elecciones presidenciales francesas es que el consenso político que permitió que dos partidos de centro-derecha y centro-izquierda se rotaran en el poder desde la instauración de la V República se ha roto.

Como lo admitió el candidato Socialista, Benoit Hamon, se trata de una “sanción histórica” que se observa no solo en Francia sino en buena parte de Europa, por no decir el mundo, en donde las formas acostumbradas de hacer política están haciendo agua. Además de que el próximo presidente de los franceses —Emmanuel Macron, exministro de Economía de François Hollande y líder del recién fundado, En Marche! o Marine Le Pen, del fascista, antisemita y xenofóbico Frente Nacional— no será de ninguno de los dos partidos tradicionales, la extrema izquierda, encabezada por Jean-Luc Mélenchon de France Insoumise, también registró una altísima votación.

El descontento de los electores con el sistema político, agravado por distintos escándalos de corrupción (que en caso del Republicano, François Fillon, le costó la elección), se suma a la rabia sobre el desempleo y la desigualdad, el resentimiento frente al neoliberalismo, la migración y el multiculturalismo, y el miedo por los ataques terroristas de los que Francia ha sido víctima. Si bien se observa entre el voto francés la misma fractura que se ha presentado en las elecciones de otros países del Norte entre un electorado rural, trabajador y con bajos niveles de educación, y otro urbano, cosmopolita, joven y más educado, es muy diciente que ocho de los 11 candidatos —de izquierda y derecha, y cuya votación ascendió a la mitad— eran críticos o totalmente opuestos a la Unión Europea (UE), el principal símbolo de la globalización.

Este sentimiento de desasosiego ha sido vehiculizado por Le Pen, quien ha planteado que lo que está en juego en estas elecciones es Francia misma. Si bien ha reemplazado los elementos más tóxicos del discurso del Frente Nacional con una plataforma nacionalista crítica del capitalismo depredador, también ha incitado al odio xenófobo. Para ella, la UE es el “coco” que violenta la soberanía, socava la identidad nacional, fuerza la apertura de las fronteras al influjo masivo de migrantes y terroristas (musulmanes). En cambio, según Macron ha permitido a Francia convertirse en jugador mundial y así defender sus intereses nacionales, mientras que unas fronteras abiertas y moneda común han aumentado las oportunidades económicas de la población.

Aunque improbable, el camino de Le Pen al Elíseo el 7 de mayo no es imposible de presentarse altos niveles de abstención, la negativa de la extrema izquierda de respaldar a Macron y la migración de los votantes más conservadores de Fillon a su candidatura. El reto de Macron es mostrar independencia frente al establecimiento y el impopular Hollande, y reenganchar parte del voto trabajador desilusionado con el centro-izquierda. Una vez determinado el ganador, y por extensión el futuro de la UE, queda la incertidumbre de si podrá conformar una mayoría parlamentaria para gobernar. La contienda legislativa del 11 de junio será decisiva.

 

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