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Fue por lana y….

Arlene B. Tickner
01 de julio de 2009 - 02:48 a. m.

Nadie esperaba grandes resultados de la primera reunión oficial entre los presidentes Álvaro Uribe y Barack Obama.

Además de los desencuentros entre los dos países, la preocupación creciente con las ejecuciones extrajudiciales y las interceptaciones ilegales del DAS, y la animadversión de los demócratas en el Congreso, en la coyuntura actual es bien sabido que la atención del mandatario estadounidense está puesta en otros temas, la mayoría de ellos de carácter doméstico.

Con un ambiente no del todo hostil pero mucho menos receptivo que cuando Bush era presidente, se buscaba concretar la invitación a la Casa Blanca para mostrar que Colombia sigue siendo una prioridad en la política exterior de Estados Unidos. El hecho de ser el cuarto de América Latina con el que Obama se reunía, después de México, Brasil y Chile, aunque no ideal, constituía ganancia suficiente a los ojos del Gobierno. Y si ello abría paso para que Obama escuchara los argumentos de Uribe —que suelen ser muy convincentes— sobre la importancia del TLC y el mantenimiento de la ayuda de Plan Colombia para el futuro del país, mejor aún.

Luego de que, en comunicados separados, cinco organizaciones no gubernamentales y Human Rights Watch pidieron que Obama fuera enfático de que el TLC y la ayuda militar dependen del respecto por los Derechos Humanos, la democracia y el Estado de Derecho, el peor escenario que se barajaba entre la comitiva colombiana era que Uribe sería presionado —y sólo en privado— sobre estos temas. Si bien la segunda reelección había sido tocada negativamente por varios diarios estadounidenses, hasta ahora la posición del Gobierno había sido de no referirse a los asuntos internos del país.

Pero sucedió lo inesperado. Terminada la parte privada de la visita, los dos mandatarios se dispusieron a dar declaraciones a la prensa. Más allá del reconocimiento —casi protocolario— del liderazgo de Uribe en la lucha contra el narcotráfico y el manejo de la economía, y la afirmación de interés en el TLC, el mensaje central de Obama fue que todavía falta mucho por hacer en Derechos Humanos y que Estados Unidos busca establecer una “agenda positiva” —es decir, no militar—  con Colombia y América Latina.

Y en un lenguaje sutil y diplomático pero inequívoco, aludió a la sabia decisión de George Washington de no perpetuarse en el poder, habiendo podido hacerlo. La incomodidad del presidente Uribe, quien entendió perfectamente el mensaje, fue evidente, tanto en su lenguaje corporal como en las palabras que balbuceó sobre la democracia colombiana. El hecho de que Obama hubiera intervenido al final con un chiste sobre los niveles de popularidad de su homólogo sólo confirma la tensión que se respiraba.

Desde una perspectiva amplia del interés nacional, hay que ver con buenos ojos el énfasis que la administración Obama puso en los Derechos Humanos, la democracia, el desarrollo humano y la cooperación hemisférica. Sin embargo, si lo que se buscaba —desde la lógica del respice (re) electionem— era confirmar la importancia del país y más aún, del Gobierno, para Estados Unidos, la visita salió peor de lo esperado.  Uribe fue por lana y salió trasquilado.

* Profesora Titular. Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes.

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