Sombrero de mago

¡Fuera bombas!

Reinaldo Spitaletta
17 de abril de 2018 - 06:10 a. m.

Formar parte de una zona estratégica; ser rico y culto; tener una historia de milenios; aparecer en los relatos de Las mil noches y una noche y haber sido una estación de la ruta de la seda; sí, ser un paso obligado del petróleo y del gas de Asia hacia Europa, en fin, estos privilegios y otros han hecho de Siria un objetivo geopolítico de las superpotencias.

Siria, Estado laico, con tolerancia a todos los credos, tiene reservas de petróleo abundantes (2.500 millones de barriles) y su explotación corre a cargo de su empresa estatal. No tiene deudas con el Fondo Monetario ni el Banco Mundial. Está, desde hace años, en la mira imperialista de los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, de un lado, y de Rusia, del otro.

Entre el 14 y el 15 de abril pasado, los tres primeros países bombardearon posiciones sirias, tras haber acusado al gobierno de Bashar al Assad del uso de armas químicas contra los civiles de Guta oriental, cerca de Damasco, en la que hay presencia de grupos yihadistas, prácticamente derrotados por las fuerzas oficiales. Pero como la mentira es un arma política desde “la noche de los tiempos”, no era extraño que Trump, acosado en su país por escándalos y por sus errores de manejo internacional, por ejemplo, en el caso de China, apelara a una maniobra agresiva, junto con sus turiferarios europeos.

Y como casi siempre ha ocurrido en los últimos tiempos (como, por recordar, lo hizo Bush en su invasión a Irak, cuando se inventaron que allá había armas de destrucción masiva), Trump, que el año pasado ya había descargado su misilería contra Siria, pasándose por la faja al Consejo de Seguridad de la ONU, volvió a la carga.

Siria, que en los últimos años ha padecido la crueldad de la guerra, que ha tenido una oleada de millones de desplazados, y en donde en tiempos recientes el conflicto ha dejado cerca de medio millón de muertos, vuelve a ser objetivo de la cacería imperialista estadounidense. Sin que mediara una investigación de organismos competentes al respecto (como la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas), Washington y sus escuderos, Inglaterra y Francia, lanzaron un ataque criminal contra Siria.

Y aunque los más de 100 misiles lanzados no causaron muertos, pero sí terror en la ya hace rato aterrorizada población civil, se trató sin duda de una táctica de los “aliados” para provocar el levantamiento de los debilitados grupos terroristas internos que ellos (EE. UU., Francia e Inglaterra) han apoyado en su intentona de derrocamiento del gobierno sirio. Las defensas antiaéreas sirias interceptaron casi tres cuartas partes de los misiles.

El ataque de Trump y sus áulicos es una muestra de los intereses de estos sobre el suelo sirio. Desde hace rato, Estados Unidos aspira a construir un gasoducto desde Catar hasta Turquía y que atraviese los países de Europa, además de aspirar a quedarse con el gas y el petróleo de Siria. El país de las berenjenas y los dátiles, de las ruinas míticas de Palmira y de la bíblica Damasco, también es asediado por Washington y sus estafetas debido al aliento que le ha dado a la lucha de los palestinos y por su posición crítica frente a Israel.

Que el presidente Trump tenga o haya tenido relaciones con prostitutas, incluidas las rusas (“las mejores del mundo”, según Putin), vaya y venga, pero que, como sus antecesores, interfiera en los asuntos internos de otros países, y, como si fuera poco, viole sus soberanías y bombardee a su amaño sí es un irrespeto a la autonomía de las naciones. Bombardear a Siria, sin mediar al respecto resoluciones de las Naciones Unidas, es una violación del derecho internacional. Pero, como siempre, no pasa nada, porque al imperialismo ¿quién lo ronda?

No sobraría memorar que, en el caso de los últimos gobiernos colombianos, que no dejaron de ser lacayos de Washington (es más: perfeccionaron el entreguismo), su postración es humillante. La del expresidente Uribe con Bush, cuando respaldó la invasión a Irak y, ahora, la del presidente Santos, que apoyó el reciente bombardeo a Siria. Y, peor aún, se le nota más arrastrado tratándose de un flamante premio Nobel de la Paz.

El bombardeo a Siria, que contraviene los principios de la convivencia, demuestra una vez más las ambiciones del imperio por seguir propinando zarpazos con el fin de ampliar sus mercados y dominio en el planeta. Merecen, tanto Trump como sus mayordomos y corifeos de aquí y de allá, el repudio de los pueblos del mundo.  

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