Fútbol sin barras bravas

Jorge Tovar
27 de mayo de 2019 - 11:00 a. m.

Las riñas entre aficionados existen en el fútbol desde siempre. Ya en los Olímpicos “intermedios” de 1906, que se celebraron en Atenas, la semifinal entre un once de Atenas y uno de Salónica se interrumpió a mitad de camino por peleas en las que intervinieron por igual público y jugadores. Lo que es reciente son supuestos aficionados que utilizan el sentimiento por unos colores para, por cualquier medio, lucrarse ellos mismos. Es la degeneración de las barras a “bravas”.

Las barras existen hace décadas. Son grupos organizados de aficionados a quienes los une el amor por un equipo. En España, la más antigua dicen que es una del Betis fundada de 1927. Con el tiempo algunas de esas organizaciones derivaron en grupos que defendían los colores, cualquiera fuese el costo. Fue el origen de los grupos violentos.

El mundo conoció a los hooligans, cuyo terrible pico fue la tragedia de Heysel. En 1985, en la final de la Copa de Europa entre Juventus y Liverpool, una carga de los hinchas rojos mató a 39 inocentes, la mayoría seguidores del equipo de Turín.

En América Latina nos cuesta copiar lo civil de los europeos; lo salvaje sí lo adaptamos rápido. Argentina es su máximo exponente. Allá son auténticas organizaciones mafiosas. Un informe de la televisión española de hace algunos años mostraba cómo los líderes de la 12 (Boca Juniors) o los Borrachos del Tablón (River Plate) pueden llegar a ingresar cifras estrambóticas: cerca de 30.000 euros al mes. Manejan espacios de parqueo, boletas que obsequia la dirigencia, el tráfico de droga en su zona de influencia y hasta son guías turísticos ofreciendo “seguridad”. En el estadio, mientras los hinchas verdaderos miran el partido con interés, ellos dan la espalda a la cancha para dirigir la batuta de unos grupos que han evolucionado a ser admiradores de sí mismos. En esencia las barras bravas argentinas utilizan el fútbol para enriquecerse a costa de un puñado de bobos útiles. Llegar a esto es el sueño dorado de las barras bravas colombianas. Quieren ser como los criminales del sur.

No hace mucho, en 2017, Barón Rojo Sur expedía un comunicado donde no se hacían “responsables de la seguridad de la ciudad de Cali” debido a un Tuluá-Nacional que se jugaría en el Pascual Guerrero, estadio de propiedad pública. Con miras al reciente y decisivo Millonarios-Pasto, las directivas de los azules denunciaron las intenciones de barras bravas azules de generar desórdenes en contra del equipo como protesta porque les quitaron “su” tribuna. Rojos, azules, verdes, amarillos. Todas las combinaciones, todos los tonos. Las barras bravas deben desaparecer.

El cómo acabarlos ya está inventado. Inglaterra y España tienen múltiples ejemplos. Pero se requiere unión de directivos, clubes y Dimayor. No observo eso en Colombia. Hay que cerrarles la puerta; no hacerlo a tiempo puede resultar muy costoso.

 

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