Fútbol sudaca

Jorge Tovar
26 de noviembre de 2018 - 03:00 a. m.

Tradicionalmente escribo mis columnas los sábados, con tiempo para que salgan publicadas el lunes siguiente. Mi idea en esta ocasión era hacerlo sobre el juego de la final de Copa Libertadores. Exaltar al campeón y resaltar el esfuerzo del perdedor. Y nada. Al momento de escribir esta columna el partido se postergó, una vergüenza, una tristeza.

En la ida, el Boca-River fue una sorpresa. Más allá de la inundación, el partido destacó por su fútbol. El mundo subrayó el juego de los equipos bonaerenses. Suramérica mostró que a pesar de los repetidos fracasos en mundiales de selecciones y de clubes, todavía se puede ver buen juego en los históricos campos de la región. Llegó el partido de vuelta. Hinchas de River apedrearon la llegada del rival. En su infinita estupidez, hay radicales que no entienden que la grandeza propia se explica en la existencia ajena. Apedrear el bus del otro equipo es “normal” de La Guajira hacia abajo. Nunca pasa nada.

La permisividad hacia el criminal está matando nuestro fútbol, nuestra sociedad. En Argentina los directivos conviven con las mafiosas barras bravas. Allí los periodistas no entienden, casi se burlan, de que en estadios de otras latitudes no existan vallas. Vallas que tienen púas, acorde a los criminales que saltan detrás sin mirar el partido. Muchas veces lo he dicho: el fútbol no es más que el reflejo de una sociedad, sociedad descompuesta en este caso.

Peleas entre hinchas existieron toda la vida, desde finales del siglo XIX en Inglaterra. Inundaciones, aplazamientos y muertos son parte de la historia del fútbol en Suramérica y también en Europa. De hecho, Inglaterra debió esperar a los muertos de Bradford y Hillsborough para reformar estructuralmente su fútbol. Acá la ley no existe. Conmebol, dicen múltiples corresponsales extranjeros, hace méritos para ser nombrada la confederación de fútbol más incompetente.

Conmebol parece no entender que el problema no es de unos pocos energúmenos; es estructural. El fútbol europeo de hoy, la maravillosa Champions League, nació de la expulsión de los ingleses durante cinco años. Cuando el incidente del gas pimienta en La Bombonera, Boca debió ser sancionado varias temporadas. Pero como en esa ocasión, Argentina sigue siendo incapaz de organizar un partido de semejante magnitud. La vuelta se debería jugar en terreno neutral, allende las fronteras, a 4.000 km de Buenos Aires, sin público. No hay que esperar a contar muertos.

 

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