Gabo y Vargas Ll.

Alberto Donadio
29 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Hace 50 años, Gabriel García Márquez le envió una carta a Mario Vargas Llosa proponiéndole que escribieran juntos “el libro más delirante, increíble y aparatoso que se pueda concebir” sobre el conflicto amazónico que se inició en 1932 con la invasión de Leticia por tropas peruanas. Decía Gabo: “La mayoría de las tropas colombianas que mandaron a la frontera se perdieron en la selva. Los ejércitos enemigos no se encontraron nunca. Unos refugiados alemanes de la Primera Guerra Mundial, que fundaron Avianca, se pusieron al servicio del gobierno y se fueron a la guerra con sus aviones de papel de aluminio. Uno de ellos cayó en plena selva y las tambochas —hormigas venenosas de cabeza roja— le comieron las piernas: yo lo conocí más tarde, llevando sus condecoraciones en silla de ruedas. Los aviadores alemanes al servicio de Colombia bombardearon con cocos una procesión de Corpus Christi en una aldea fronteriza del Perú. Tengo 2.000 anécdotas como estas”.

Como se sabe, Gabo y Vargas Llosa en lugar de escribir a cuatro manos se fueron a las manos y se enemistaron de por vida, pero la carta sirve de llamativa contraportada del libro del historiador Carlos Camacho Arango que acaba de publicar el Externado: El Conflicto de Leticia (1932-1933) y los ejércitos de Perú y Colombia. Es una obra que “marca un hito en la historiografía del país”, según Malcolm Deas, el cual lamenta que en Colombia se piense que “cualquier pendejo puede hacer historia”. La disciplina, la paciencia y el entrenamiento profesional que Deas considera indispensables para escribir historia están presentes con creces en la admirable investigación de Camacho, egresado de la Universidad Nacional de Medellín y doctor en Historia de La Sorbona. El material que encontró en los archivos militares peruanos es asombroso. Nadie había realizado ese trabajo de excavación en esos y en otros archivos para armar este volumen de 500 páginas.

Aun así el libro se quedó corto, pues no cupieron las fabulosas fotografías inéditas sobre el conflicto que el autor fue descubriendo en los países donde desplegó sus tentáculos investigativos: Colombia, Perú, Francia, Reino Unido, Estados Unidos. Las instituciones financieras que editan libros de gran formato cada diciembre harían bien en divulgar ese patrimonio fotográfico publicándolo con todo el despliegue que se merece, para solaz patriótico y estético.

Además del mérito intrínseco del libro de Camacho, aparece en momento oportuno. Se están cumpliendo 70 años de la muerte de Enrique Olaya Herrera, ocurrida a la edad de 56 años cuando era embajador ante la Santa Sede. Tres crisis mayúsculas supo sortear Olaya con serenidad y buen juicio. La guerra con el Perú, de la cual Colombia salió gananciosa pues recuperó el trapecio amazónico gracias a la diplomacia y al envío de una flota naval al Amazonas; la Gran Depresión, que arruinó la economía y obligó a la moratoria de la deuda externa, pero de la cual el país se recuperó mediante el tino del ministro de Hacienda de Olaya, Esteban Jaramillo, sobre el cual existe un excelente libro de Mario Jaramillo; y la transición de la godarria ultramontana —que gobernó a Colombia durante 45 años amangualada con la curamenta cerril— al régimen liberal. Olaya enfrentó y finiquitó los tres conflictos, sin dejar secuelas para sus sucesores, a diferencia de otros presidentes que se concentraron en la inacción. El pueblo enterró a Olaya con reverencia, cuando trajeron su cadáver de Roma. ¿De cuántos presidentes colombianos se puede decir lo mismo?

 

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