Galán

Augusto Trujillo Muñoz
25 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Los políticos suelen privilegiar el suceso electoral sobre la suerte de las personas. Para buena parte de ellos una elección es igual a otra y, por eso, insisten en unificar el calendario de las elecciones nacionales con el de las territoriales. Cualquier certamen eleccionario es una empresa para el rédito personal y la política un oficio competitivo antes que una vocación de servicio. Opinan solo para polarizar, o muestran supuestas neutralidades cómplices con toda esta incertidumbre nacional. Así han asumido las elecciones del próximo domingo.

Es fácil identificarlos: Detrás de Hollman Morris está Gustavo Petro; de Miguel Uribe Andrés Pastrana, César Gaviria, Álvaro Uribe y, si no estoy mal, Germán Vargas; de Claudia López, Sergio Fajardo. El compromiso de unos y otros no es con Bogotá sino con unos partidos, unos candidatos y unos intereses que se afincan en la lógica política nacional, cuando la prioridad debe ser el suceso local/regional y el de sus respectivos habitantes. Sobre todo, cuando el eje vital de los países de hoy son las ciudades. Nuestros políticos nacionales siguen polarizando al país y las candidaturas mencionados son agencias de esa polarización en Bogotá.

Carlos Fernando Galán es la única excepción. Al contrario de sus adversarios está llamando a una especie de pacto de unión, en torno a los legítimos intereses de la ciudad. Por eso creo que es el alcalde que Bogotá necesita. Sus grandes preocupaciones son la seguridad ciudadana, la equidad social, el consenso político. Si logra la victoria el domingo, Bogotá se renueva y queda en condiciones de dar ejemplo al país de una nueva política.

Galán es un hombre sensato. Como lo escribí hace algunas semanas en esta misma columna, no quiere ni necesita mirar hacia el pasado. Hubiera podido cabalgar sobre la impopularidad de Peñalosa, pero prefirió evitarlo para no reeditar confrontaciones. No vocifera porque las cosas importantes no se gritan, se dialogan. No recita lecciones porque su ideario no es aprendido sino construido para una ciudad que reclama sentido de pertenencia entre sus habitantes y acuerdos en medio de sus diferencias.

Galán asimiló las lecciones de su padre, un hombre que enseñó con el ejemplo. Por eso se ha podido mover en la política actual sin contaminarse. Entiende que es posible construir acuerdos sin renunciar a los principios y tender puentes sin perder independencia. El estilo es el hombre solía repetir Leclerc, el sabio de la academia francesa. Y si algo representa Galán en este entramado de argucias y enredos, politiquería y demagogia, falacias y populismos, es un estilo transparente, con honradez intelectual y claridad política. Un estilo que no se veía desde hace décadas, en este país tan descuadernado. Galán es una isla de idoneidad, autonomía, lucidez y prudencia.

@Inefable1

* Exsenador, profesor universitario.

 

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