Galería de conspiraciones

Pascual Gaviria
12 de noviembre de 2008 - 02:11 a. m.

LA POLÍTICA TENDRÁ SIEMPRE COmo ingredientes de sazón a los murmullos y la obsesión por el zarpazo. Algún gusto debe quedar para el cuartel de los derrotados.

Lo peligroso es que el elegido olvide su letra principal para atender únicamente el canturreo de los opositores. El oído sensible —o en exceso imaginativo— del gobernante puede crear más distorsiones que la voz y la intención de sus enemigos. Convertir a los críticos en conspiradores logra que la discusión sobre hechos y cifras se transforme en un acertijo de nombres ocultos e intenciones perversas. Pasamos entonces de las comisiones de estudio a las cofradías.

En los últimos meses la palabra conspiración se ha repetido con insistencia a la hora de hablar de los alcaldes de Bogotá, Medellín y Cartagena. Los tres casos tienen ingredientes distintos, pero podrían terminar imponiendo entre nosotros la lógica de la conjura detrás de la crítica. Venezuela es un ejemplo perfecto para advertir sobre los peligros que implican la histeria calculada o la paranoia galopante de los mandatarios. A los cuatro meses de estar en el poder, Hugo Chávez denunció el primer complot para detener sus ambiciones revolucionarias. Desde ese momento hasta hoy se han anunciado más de 20 conjuras fallidas en su contra: planes de magnicidio, fragua de golpes, desinformación sistemática, paros concertados, desprestigio internacional. Muchos de los supuestos planes y su desmantelamiento se han dado a conocer en vísperas electorales. Llevar la disyuntiva democrática a los extremos es otra de las consecuencias de investir a los críticos con la capa de los traidores. En tiempos de Ernesto Samper el dilema planteado desde la Casa de Nariño era sencillo y falaz: debíamos apoyar a un mandatario elegido popularmente y absuelto por su juez natural o acoger los designios que el imperio enviaba por boca del embajador Myles Frechette.

Las diferencias en los casos de Bogotá, Medellín y Cartagena pueden servir para separar la conspiración del simple ruido de una gavilla, para impedir que la legítima animadversión política se iguale a las argucias de los sótanos y termine por pervertir las acciones del Gobierno y las palabras de la oposición. En Cartagena, antes que una campaña de desprestigio contra Judith Pinedo, se apeló a la argucia del código. Los derrotados sintieron la fatiga electoral y optaron por la vía expedita de los leguleyos. En Medellín se combinaron las formas de lucha: denuncias penales y pasquines de radio contra el alcalde Alonso Salazar. En los juzgados se le atribuyeron secuestros y en los comadreos de los locutores sonoras borracheras. Se le tildó de incapaz y de ser extraño al corazón de Antioquia. Se habló de política y de regionalismo barato. En Bogotá se habla de excesos contra Samuel Moreno: análisis que desconocen las cifras positivas, críticas por anticipado, apetito de poder antes que afán de debatir.

Mi escalafón de conspiradores pone a los enemigos políticos de Samuel Moreno en un tercer lugar. Las críticas se hacen de manera pública, así entrañen análisis dudosos, y tienen la posibilidad de ser rebatidas. Un gabinete en la sombra para seguir las tareas de los secretarios muestra el despecho de los derrotados, no necesariamente la mala intención. La mayor parte de las críticas a Moreno han sido referidas a su primer año como alcalde y no a sus gracias personales. El acuerdo de los opositores no supone un complot, sólo una manguala de intereses. Los enemigos de Judith Pinedo están en la segunda casilla. Se esconden tras la sombras de los abogados, saben que su desprestigio no podrá ser endosado a nadie en el corto plazo. En Medellín están los campeones. Algunos destituidos y otros en la cárcel. Se agazaparon hasta cuando fue posible y buscaron aliados en la ilegalidad. Tal vez todo este ruido de primer año sea culpa de una golosina irresistible: la revocatoria del mandato alentada por el oráculo de las encuestas. El caso es que las conspiraciones, ciertas o imaginarias, han empeorado al Gobierno y a la oposición.

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