Pazaporte

Genocidio

Gloria Arias Nieto
22 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

No hay odio ni indignación en los indígenas de Caloto. Hay algo más difícil de curar: tristeza. Miradas que no miran a los ojos, sino a un horizonte que podría ser tan corto como el espacio que los separa de la próxima bala.

Los pueblos indígenas son la versión humana del agua, del fuego y la tierra; del aire, el sol, el territorio y la luna. Son las voces ancestrales y las están matando.

Algunos dicen que técnicamente no es genocidio. Pero no conozco otro término para describir los crímenes en serie, cotidianos e impunes, contra nuestros indígenas asesinados a tiros y por desidia, con arma blanca y por indiferencia gris.

Ahí están en la conciencia 5.000 niños wayuu muertos por desnutrición y por enfermedades prevenibles. Ahí está el exterminio de 450 kankuamos. Ahí, el deporte de matar indios en el juego de las “guahibiadas” —habitual hasta los años 60—, propio de terratenientes llaneros que buscaban ahuyentar a los indios para que nada estorbara el lucrativo pastar de sus vacas. Sí. Así de horribles hemos sido y nos pasa por la tangente, porque dignidad, paz y empatía son, para muchos, embelecos de la izquierda, de las minorías o de los desadaptados de turno.

60 pueblos indígenas que viven en el incendiado pulmón del mundo son víctimas del narcotráfico, el mercurio y la explotación de la madera.

En Cauca, Chocó y Nariño la lucha por el territorio, los corredores de la droga y una violencia ignorante y perversa han cobrado la vida de quienes no quisieron renunciar a su bastón de mando y a su trabajo por la paz. En nuestro país, ser un indígena que defiende con valor la tierra y las creencias equivale a cargar en los hombros una sentencia de muerte. ¿Podrá haber algo más contradictorio que una sociedad donde la defensa del tejido vital cuesta la vida?

Recordemos que de los 750 líderes y lideresas asesinados desde la firma del Acuerdo de Paz, 176 eran indígenas, y de ellos, 116 han muerto en la era Duque.

Antes de la Niña, la Pinta y la Santa María, teníamos 300 pueblos indígenas; hoy quedan 102. Según la Corte Constitucional, 39 están en riesgo de exterminio, y para la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) son 70 los pueblos en peligro. Estamos hablando de seres humanos y del patrimonio cultural, de su relación con la Madre Tierra, las raíces y la memoria.

La única razón para que el genocidio indígena no tenga a Colombia en alerta roja es que hemos sido un Estado en estado de indolencia crónica, y no sé qué es más aberrante: si la segregación en vida o la estratificación de la muerte.

Punto aparte. Sugiero ver estas dos creaciones: Bent, el drama de la discriminación y el dolor del amor en un campo de concentración. Una obra de teatro imborrable, fuerte y extrañamente bella. La puesta en escena atraviesa el alma. Admirable conjunción de director y actores.

Y A call for peace, un analítico documental colombiano con el enfoque de asesores internacionales que acompañaron los diálogos en La Habana. El Acuerdo de Paz no solucionará todos nuestros problemas, pero terminó una guerra de más de 50 años.

Las Farc entregaron 8.000 armas, un millón de cartuchos y 22.000 kilos de explosivos, y la inmensa mayoría de excombatientes están cumpliendo lo pactado. ¿Para cuándo está previsto nuestro desarme de las toneladas de inequidad y rencor que tanto aturden?

ariasgloria@hotmail.com

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