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Gente espulgada y escogida

Francisco Gutiérrez Sanín
24 de abril de 2009 - 02:47 a. m.

DON BERNA ACABA DE DECLARAR que contribuyó a la campaña presidencial de Uribe.

Los dichos de Berna, es obvio, tienen que mirarse con lupa. Un criminal puede tratar de ensuciar a alguien que no le colaboró por venganza o por simple despecho. Sin embargo, cuando Fabio Echeverri responde que las campañas de Uribe fueron “transparentes”, me echo a temblar. Porque la transparencia se ha vuelto la palabra más opaca del idioma. La invocan en Colombia los hampones, los mentirosos, los incumplidos, los tramposos. El referendo de Luis Guillermo Giraldo es transparente. En una de sus inolvidables cartas a Milena, Kafka se confesaba increíblemente impuro. “Por eso es que hablo tanto de pureza”, decía. Qué miedo me provocan los transparentes profesionales.

Ya que el señor Echeverri manifiesta que les pidieron cédula a todos los contribuyentes a la campaña, valdría la pena que un periodista le preguntara si la Gata aportó o no a ella (¿quizás a la de 2006?). A propósito de esto, no se imaginen que los mafiosos, o los contratistas que se enriquecen a través de favores y no de eficiencia, o los empresarios que juegan al borde del reglamento, son personas con una gran cortada en la mejilla y un rictus de odio indisimulable, que no portan cédula. Pueden ser encantadores. De hecho, muchos tienen más cédulas que usted, amable lector. Y no se las dan.

El problema de las acciones protagonizadas por gente espulgada y escogida es que todo depende de quién espulgue y escoja. Sigamos con el ejemplo del referendo. Se lanzaron a pedirle la opinión a millones de colombianos acerca de la nueva reelección presidencial, saltándose por la barrera desde nociones básicas de legalidad hasta promesas solemnes precedentes, pasando por todas las intermedias, pero redactaron mal la pregunta (esta última humillación, este fatal detalle de opereta: ¿acaso nos lo podían ahorrar?). Entonces tuvieron que cambiar la tonada. Porque inicialmente era: la voz del pueblo es la voz de Dios. Pero ni la voz del pueblo ni la de Dios se manifiestan solitas, salvo en ocasiones muy especiales (que tienen sus nombres técnicos: revoluciones, milagros. E incluso entonces…). Tales voces las tienen que recoger e interpretar los sacerdotes, ¿y qué hacer cuando estos son semiletrados? ¡Ah! Pues toca llamar a escena a los ventrílocuos.

Después de profundas reflexiones, concluyen que lo que el pueblo realmente quería decir era distinto de lo que estaba escrito originalmente. Hay que espulgar y escoger, precisamente. Ahí está el busilis: la gobernabilidad, como dice tanto muchachón agreste, decidido a hacer carrera con palabrotas de seis o más sílabas. Lo que el pueblo en el fondo quería, oh coincidencia, está siempre de acuerdo con los deseos más ardientes del taumaturgo-ventrílocuo. No es caricatura, y no se limita al referendo reeleccionista (véase lo que pasó con el del agua).

Lo que sigue es un acto de alquimia. Hay que transmutar el material malo en otro superior, dorado, útil para el caudillo. ¿Le sigue extrañando al lector el lenguaje hermético, la referencia a la gente espulgada y escogida? Estos pases mágicos se parecen tanto a la democracia como la alquimia a la química moderna.

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