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Gestión ciudadana y vida silvestre

Juan Pablo Ruiz Soto
27 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

En estos tiempos, cuando los humanos nos refugiamos temerosos en nuestras casas y las carreteras quedan vacías, en las redes sociales aparecen imágenes que alegran a muchos al ver que la vida silvestre retoma espacios de los cuales había sido desplazada. Al oír que los riesgos de nuevas pandemias aumentan en la medida en que se incrementa el desequilibrio ecológico y sube la contaminación, surge la pregunta: ¿qué debemos o podemos hacer nosotros para generar una mejor coexistencia con la naturaleza?

En áreas rurales y centros urbanos la respuesta tiene similitudes y diferencias. En todas partes tenemos que dar mayor espacio a lo natural y aprender que el bienestar y el progreso no están relacionados con el permanente crecimiento económico de un país, con la cantidad de energía que consumimos ni con la capacidad de transformar el medio natural.

En viviendas y oficinas debemos superar el concepto según el cual lo mejor es tener espacios herméticos con aire acondicionado que produzca frío cuando afuera hace calor, y calor cuando hace frío. Adoptemos una arquitectura bioclimática y rodeemos de naturaleza el entorno urbano. Reemplacemos prados y cemento por árboles y plantas. Es armónico y saludable compartir los espacios urbanos con la vida silvestre. En el campo, superemos el concepto de los abuelos, según el cual lo virtuoso es “tener la finca limpia, sin bosque ni maleza, como una mesita de billar”.

Individuos, gobiernos y entidades internacionales pensamos durante mucho tiempo que el progreso estaba en transformar los espacios naturales en espacios artificiales. No hace mucho, en la década de 1980, el Gobierno de Colombia ejecutó un crédito del Banco Mundial (Caquetá Fases I y II) cuyo propósito fue colonizar la Amazonia. Invitó a campesinos sin tierras a ocupar el piedemonte caqueteño y a deforestarlo para “civilizar” esas tierras. Además, construyó carreteras, centros de salud y escuelas, dio crédito para hacer potreros y establecer ganadería.

En teoría las cosas han cambiado, pero los actores que están en los frentes de colonización actúan de manera muy similar a como se actuaba en 1980. Aún los propietarios del suelo piden crédito para ganadería y el 95 % de los créditos que otorga el Banco Agrario en la Amazonia son para ese negocio. Aún se piensa que, para poder reclamar un título de propiedad, es necesario demostrar “tenencia de buena fe” por haber transformado el bosque en pradera.

Sobre la Amazonia, el Pacífico y algo en los Andes se han emitido sentencias que obligan al Gobierno a actuar con responsabilidad y asegurar la integridad ecosistémica y la gestión de territorios sostenibles para beneficio de los habitantes locales y de todos los colombianos. Pero la realidad sigue ignorando las sentencias.

La pandemia nos obliga a pensar distinto, no es suficiente sentir emoción por la reaparición transitoria de fauna en ciudades y campos. Debemos cambiar nuestra relación con el entorno y, como lo ordena la Constitución y la ley, recuperar las cuencas hidrográficas, restaurar los bosques ribereños en ríos y quebradas, y proteger nacimientos de agua y humedales. Debemos desarrollar mercados para que los productos del bosque tengan valor comercial, compensar a campesinos y comunidades que adelantan acciones de recuperación y protección de cuencas, y cambiar la ganadería extensiva sin árboles por sistemas silvopastoriles, entre otras acciones.

Tenemos herramientas y ahora mayor conciencia de la urgencia de parar la guerra contra la naturaleza. ¡Lideremos el proceso desde las comunidades!

 

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