Gobernanza mundial y pandemia

Humberto de la Calle
19 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Una gobernanza mundial. Esa utopía global corresponde a un determinado temperamento. Más allá de las razones que la sustentan, hay algo emocional. Del otro lado están el nacionalismo, la autonomía y la noción de patria alinderada en la arquitectura del Tratado de Westfalia, donde se origina la noción de Estado nacional. También hay aquí un temperamento enquistado.

En esa lucha de temperamentos contrarios, la idea de una globalización que es no solo económica sino espiritual— venía ganando terreno. El Estado nacional comenzó a erosionarse por encima por cuenta del multilateralismo y por debajo por cuenta del autogobierno. Y hoy condiciones sobrevinientes hacen más necesaria, aunque lejana, una gobernanza mundial. Los derechos humanos exigen una internacionalización de éticas y normas. También el cambio climático, con urgencia crucial. ¿Qué nos ganamos controlándolo si Bolsonaro, dueño de gran parte de la Amazonía, prefiere tumbar árboles para las vacas y las minas en vez de preservarlos para los humanos? En esto estábamos cuando aparece el COVID-19. Como el virus no tiene nacionalidad y entiende poco de fronteras, una gobernanza mundial frente a la pandemia sería una necesidad de vida o muerte. Pero no ha sido así. La Organización Mundial de la Salud apenas aconseja y cada líder nacional hace de su capa un sayo. O sea que mientras nosotros nos atrincheramos en las fronteras nacionales, el virus hace de las suyas optando por el oportunismo. Trump culpa a China y esta dice que el virus nació en un laboratorio gringo. Y algo faltaba en la volátil mente del presidente de Estados Unidos. Poner a la OMS de cabeza de turco para culparla de sus baladronadas.

Si la pandemia llegara a dejar enseñanzas positivas, por ejemplo, una sociedad más solidaria, o el crecimiento del teletrabajo para un nuevo modelo de ciudad, sin duda una de las peores secuelas será la del nacionalismo exacerbado.

Pero todo puede ser peor: también por dentro y a la vez, las fronteras internas hacen implosión. Ante lo que se califica como ausencia de liderazgo nacional, comunidades, autoridades locales, regiones y parajes toman las riendas del asunto. En el caso de Colombia, por fortuna, a los roces iniciales siguió una etapa de coordinación necesaria. La autoridad local es indispensable para muchas de las líneas de implementación. Pero la Nación tiene responsabilidades enormes. Solo la coordinación les sirve a las personas. Y se ha logrado, mediante un ejercicio digno de aplauso de todos los protagonistas.

Pero no creo que las discrepancias iniciales hayan sido producto del ego de los protagonistas. Por el contrario, creo que obedecieron a una diferente manera de calibrar el sentido de urgencia y la modulación de los efectos de las medidas más drásticas. Recordemos cómo en el Reino Unido hubo científicos que señalaron que solo habremos ganado la batalla cuando el 80 % de la población haya sido infectada, lo cual produce la inmunidad de rebaño. Mientras que otros optaron por las medidas más duras. Cuando la discusión se centró no en cómo ganarle por W al virus, sino en aplanar la curva para evitar la inundación de las UCI, finalmente las decisiones fluyeron.

Coda. ¡Bancos, a ponerse las pilas! Si la plata llega tarde es como si no llegara. El Gobierno amplió las garantías, cambien de ritmo.

 

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