Gobernar en la derrota

Juan David Ochoa
04 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

El Gobierno Nacional, desgastado en esfuerzos inútiles por detener lo inexorable y lo obvio, despilfarra ahora un inmenso capital político en sus objeciones derrotadas; un suicidio anunciado desde el mismo momento de su alocución. Una obsesión insufrible para una bancada que enfoca sus políticas en la custodia de un lunático que sigue negando la existencia del conflicto y sigue insistiendo en la inocencia de un Estado untado de sangre bajo sus periodos de excesos y desmadre. Iván Duque, disminuido una vez más tras otra anulación de sus propias apuestas, saldrá de nuevo arrastrado por su falange a proponer otra entelequia jurídica o una acción amenazante que reinicie el tiempo de sus pérdidas y permita otra postergación para un nuevo delirio; porque el único sustento político del uribismo sigue siendo la defensa a ultranza y mitómana de su honra sobre todos los muertos, y harán que se derrumbe todo antes que aceptar sus culpas y sus nombres. Para eso llegaron al poder, para defenderse como bestias heridas sin futuro. Sus propuestas, que en campaña no fueron más que mentiras emocionales para electores distraídos, ahora no son más que abismos maquillados por la imagen de sus talanqueras a un proceso que los empieza a juzgar como actores principales del desastre histórico.

Lo preocupante y peligroso es la evolución emocional de su resentimiento. Al mismo tiempo y rimo de sus derrotas, sus reacciones son aún más desafiantes, el disimulo de su diplomacia alterna cada vez más con ultrajes y calumnias y riñas internas y externas, y en la medida de su exposición como farsantes de profesión, acuden a estrategias más aberrantes: destruir sesiones del Congreso que les son inconvenientes, amedrentar a los contendores más frágiles y dilatarlo todo hasta que la opinión pública se enlode en tecnicismos jurídicos para opacar la noticia principal de su fracaso político sin precedentes. No existe en la historia reciente una secuencia de derrotas rotundas para un Gobierno que a un año de su elección debe demostrar por inercia o voluntad un mínimo de proyección política o evidencias de gestión práctica. No existe nada ahora más allá de los acuerdos de Alberto Carrasquilla con los bancos y los cuadres de caja con las élites que los pusieron allí para una reivindicación económica debilitada en coyunturas de paz, sin nieblas de guerra y tiroteos de espanto que los cubran, y no existe tampoco una estrategia para matizar el escándalo de un Gobierno que intenta respirar entre su propia anarquía y sus abismos. Cuando la realidad parece desbordarlo todo, una vez más desde el sadismo, aparece el rugiente y mal encarado ministro de Defensa para apagar con candela un nuevo crimen extrajudicial, y ante todos los reflectores y los micrófonos asegura que la muerte de un desmovilizado castrado y torturado y al borde de la desaparición en una fosa cavada por soldados del Ejército no fue un asesinato sino una muerte accidental; un forcejeo entre un discapacitado y hombres armados en la oscuridad que hizo estallar las balas ciegas que le causaron la muerte con amputaciones extrañas. Todo tiende a una aparición cada vez más honesta del fascismo. Ahora que sus objeciones fueron derrotadas, recurrirán al siguiente paso en los métodos de negación y custodia final: deslegitimar a la Corte que los obligará a cumplir la ley, o en su defecto y como última posibilidad inevitable, destruirla.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar