Golpes de clase

Tatiana Acevedo Guerrero
20 de agosto de 2015 - 03:29 a. m.

UNA RECIENTE EMISIÓN TELEVISADA del programa Los Informantes presenta un especial de un poco más de 14 minutos sobre la boxeadora cordobesa Liliana Palmera, campeona mundial de peso súper gallo.

De esos 14 minutos, alrededor de nueve presentan imágenes narradas por la directora del programa, María Elvira Arango, y por el periodista Andrés Sanín, que realizó la investigación. Arango editorializa como introducción: “su vida ha sido a punta de golpes: la ha golpeado la pobreza, el machismo, la indiferencia del Estado, la falta de apoyo y los avivatos del boxeo”. Sanín inicia su narración segundos después y empieza por una pelea reciente: “Suena la campana, se ven luces, se sienten golpes, se oye el rugido de un público embravecido por la intensidad del combate”.

La emisión está armada con dos metáforas. La primera sobre el polvo, pues se insiste en imágenes de la boxeadora barriendo el piso de afuera de su casa, esquinera en una vía sin pavimentar. “Liliana barre”, afirma Sanín, “entre la pobreza de una casa arrendada barre y sólo recibe polvo”; y luego: “barre el piso con sus contrincantes, que muerden el polvo”. La segunda juega con la imagen del tigre: “Liliana tiene el ojo del tigre”. Por su fiereza la apodan “tigresa”. Hacia el final la boxeadora Palmera afirma que quiere asegurar una casa propia para sus hijos. Sanín la aborda justo tras un combate y le pregunta en caliente si le gustaría hablar con el presidente para pedirle su “casita”. Arango cierra concisa con un llamado a la acción: “Ojalá algún día Liliana consiga su casa, o por lo menos una llamadita”.

Siempre es loable dar espacio para esta petición. La casa propia es asidero material del goce y la ilusión. Del agua, la privacidad, la dignidad. Sin embargo, y a través de los medios con fondos, el periodismo de casa propia se margina constantemente de otras conversaciones. Describen las historias enfocados en este objetivo y eso hace que las cuenten mal. Sí a la casa, pero ¿por qué parar ahí?

En esta ocasión, la desazón es particularmente aguda, pues en las cortas intervenciones de Liliana y de su entrenador Elías, se iniciaron conversaciones neurálgicas, difíciles. Liliana, por ejemplo, habló y se movió como una mujer coqueta con anhelo de hablar sobre su amor que la cuida y le hace masajes, así esté muy cansado porque a él “también le toca muy pesado, trabaja todo el día parado”. Intentó hablar también sobre miedo: “Un golpe mal dado. Quedo en la cama y quién te mira, nadie”. Sobre la paradoja de sentirse orgullosa, admirada en su pueblo y a la vez estar cansada, rendida por la dureza de un día a día que desborda al boxeo.

A medida en que avanzó la emisión, fui resintiendo la voz obstinada del narrador y deseando agarrar las carnadas que la entrevistada, campeona peso súper gallo, iba soltando por ahí (sin que el entrevistador picara en diálogo). Y añoré oír más al entrenador, que en sus dos minutos quería también conversar sobre algo distinto a las casas de Vargas Lleras: “porque en el boxeo existe explotación de clase, humillación. Es que el boxeo es de la jerga baja, es del bajo nivel. Nosotros somos, el boxeo nace de la nada. De gente que tiene hambre, con deseo de surgir y llegar a la cúspide, que es donde está la plata”.

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